Cuando Toledo está mucho más lejos que Melbourne

21/02/2019

Hernando F. Calleja.

Van a cumplirse veinticuatro años del editorial que escribí para mi periódico de entonces sobre el Pacto de Toledo, en el que el diario ( y yo que escribía) se mostraba muy escéptico sobre un acuerdo de intenciones que partía de una situación política a la defensiva. La idea del pacto la patrocinó el Grupo Parlamentario Convergencia i Unió que presenciaba el ocaso de su aliado PSOE e intuía la llegada de su aliado PP. Y que entre ambos partidos, se descarnaban echándose en cara aviesas intenciones sobre el sistema público de pensiones. (El ministro del ramo, antes ocurrían estas cosas, me invitó a desayunar para explicarme lo que, sin duda, yo no había entendido bien y para asegurarme que “en un par de años el Pacto alumbraría un modelo de viabilidad de las pensiones, por lo menos hasta 2020” (sic), o sea, mañana por la mañana.).

En este contexto, el Pacto fue aprobado por el Congreso de los Diputados como un pliego de buenas intenciones y veinticuatro años después en esas estamos. El caldo político no es el mismo, los problemas específicos han ido a peor y tenemos por delante unas elecciones generales. Aquel editorial escéptico podría editarse de nuevo cualquiera de estos días, con apenas dos o tres modificaciones temporales. La principal salvedad que se exponía era el encargo a los propios grupos políticos, cuando lo suyo era crear un grupo de verdaderos expertos apartidarios, con más lecturas que los respectivos catecismos políticos, con más ideas que las tácticas y estratégicas que vendían los politburós y con un mandato temporal cerrado. No hay que ser un lince para comprobar que prevaleció la política institucionalizada, que las escaramuzas han sido constantes y que el plazo alcanza casi cinco lustros, todo un récord.

¡Que curioso que en puertas de otras elecciones se haya roto la baraja y se haya desbaratado un acuerdo que estaba “casi” concluido! Esto de estar a punto de solo sirve para elaborar el gran argumento de que Podemos tiene la culpa. No da para más. Y la supuesta contrariedad de todos los demás se manifiesta con un único reproche, que se pierde la oportunidad de consolidar la indexación automática de las pensiones, que parece ser el único problema del sistema.

Si atendemos a las exigencias de los pensionistas empancartados, el sistema colapsa pasado mañana por la tarde. Si los gobiernos que vengan se empeñan en destrozar aún más la contributividad del sistema, como rigurosamente han hecho, elevando las pensiones más bajas a casi el doble de ritmo que las demás; si los gobiernos que vengan siguen postergando la separación y clarificación de las fuentes de financiación; si se traslada a la opinión pública que prolongar la vida laboral es un regreso a la esclavitud; si se mantiene, como hacen los propios pensionistas airados, la cruzada contra los malditos sistemas complementarios; si, por fin, se convierte un severo problema técnico en un simplón slogan demagógico… es que, efectivamente, seguirá vigente por otros cinco lustros el Pacto, que en vez de Toledo parece de Melbourne.

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