Vender lo vivido

08/11/2010

diarioabierto.es.

Me encontraba enviando un fax en un locutorio de mi barrio. Los locutorios siempre me han parecido sitios tristes pero llenos de esperanza. Una voz al otro lado. Lugares donde siempre hay gente que echa de menos a personas que están lejos. También acude la gente que no puede mantener una línea teléfonica o que no puede disponer de ella, por cualquier otro motivo, y que necesita hacer una llamada necesaria o urgente.

Yo acudí para enviar un fax. Mientras el chico encargado del locutorio pasaba mi fax apoyé los brazos sobre el mostrador y esperé pacientemente, mientras escuchaba las voces mezcladas de las personas que hablaban por teléfono desde las pequeñas cabinas poco insonorizadas. Sus voces se mezclaban entre si, escuché a alguien llorar, gemir de pena. Alguien dijo: te mando besos, os echo de menos. Las voces se entremezclaban llenándo toda la estancía de una añoranza y tristeza estática y sentí dentro de mí parte de sus penas y tristezas en esos breves instantes en que mi fax se envíaba.

Mi fax se resistía, así que el chico intentó otra vez realizar el envío, mientras una mujer salía de una cabina contando monedas y diciendo (a todos y a nadie en concreto) que la vida era muy difícil de vivir, aunque prefiero citarla textualmente: te pasas la vida trabajando, luchando por tener una familia y cuando la tienes no puedes mantenerla por culpa del trabajo, de los sueldos bajos, eso contando con que se tenga trabajo, porque con esta crisis te quitan hasta eso.

Miré a la mujer y tal vez vio algo en mis ojos para contarme su historia allí mismo. En ese locutorio.

Se llama Ana y tiene 4 hijos de 15, 13, 11 y 4 años cada uno. Me cuenta que limpia en hogares, que trabaja para mujeres que por temas de trabajo no pueden ocuparse de la limpieza de sus casas, que cada vez le bajan mas el sueldo, poniendo por excusa la crisis y sus efectos. Y que ella tiene que conformarse con lo que le den, porque si no te conformas te echan y te reponen con otra persona y tú te quedas sin ese sueldo, por poco que sea. Que los niños cada vez piden más, que hay que comprarles libros, ropa y material escolar y que no es barato precisamente. Ana se emociona y comienza a llorar en el mismo instante en que mi fax termina de enviarse.

Dice que ha tenido que vender hasta su anillo de casada. ¡El anillo de casada! -exclama- hasta eso me he tenido que vender. Ana pasa del enfado a la tristeza en cuestión de segundos. Termina de buscar monedas para pagar la llamada de teléfono y me dice antes de irse, que vivir no es nada sencillo, que vives para pagar facturas, para nunca llegar a tener nada. Nombra al gobierno y a la gente que mueve dinero o que disponen de grandes cantidades y sus ojos se llenan de odio.

Yo creo que la entiendo. He tenido que empezar una nueva vida, empezar desde cero y no es nada facil y eso que no tengo hijos a mi cargo y si cuento con ayuda de familiares y amigos. Miro como Ana sale del locutorio y el chico me pide 0,50 céntimos por mi fax. Le doy un euro y salgo de aquel locutorio sintiendo que hay vidas difíciles como la de Ana, que ha tenido que vender parte de su vida y lo vivido para poder sobrevivir.

Y me pregunto dónde vamos a llegar. En un mundo donde ya mismo hasta los besos serán de alquiler.

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2 pensamientos en “Vender lo vivido

  1. A mi también me han parecido siempre los locutorios sitios tristes con la ilusión colgada de las paredes 😉

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