El pánico a lo desconocido

01/03/2019

Miguel Ángel Valero. Diego Carcedo confiesa en "Sobrevivir al miedo" su temor "a la propia conciencia", pero reconoce que superarlo es "simplemente, cuestión de suerte".

Los amantes del morbo seguramente se centrarán en lo que cuenta Diego Carcedo en las páginas 47 a 53 de «Sobrevivir al miedo» (Península, 268 páginas). Era primeros de junio de 1970, en el Perú asolado por un  terremoto que había dejado 70.000 muertos.

Con un pie en la escalerilla del helicóptero, el reportero de guerra vivo más famoso de Televisión Española recibe una acuciante petición de una mujer: «tenga, señor, lléveselo». Trataba de entregarle un bebé de pocos días. Diego Carcedo se negó, pero reconoce que «el miedo al dolor de conciencia perdura de por vida, y a menudo su solo recuerdo te atormenta». Es «mi miedo al remordimiento de conciencia».

Es muy fácil tratar de hacer juicios éticos sobre la decisión de Diego Carcedo. Pero hay que estar allí, en esa situación, para intentar comprender que un periodista no es una ONG, que tiene un trabajo que hacer, que es el de informar. ¿Qué hubiera sido de aquel bebé si sube al helicóptero? No lo sabremos nunca, pero a Diego Carcedo le honra haber contado esa historia en el periódico para el que trabajaba, cuando lo más cómodo para él (y para su miedo al remordimiento de conciencia) hubiera sido ocultarla. Y también le hnora haberse negado a que presentaran ese artículo al Premio Mariano de Cavia, uno de los más prestigiosos en el periodismo patrio.

Me gustaría saber qué pasó con el niño «de seis o siete años» que la corresponsal de la Televisión Independiente británica cogió de la mano en la caótica evacuación del Vietnam a punto de caer en manos del Vietcong, en 1975. «Y no lo soltó en toda la peripecia que nos tocaría vivir», recuerda Diego Carcedo.

También es muy fácil, desde la comodidad de nuestras poltronas en las redacciones, hacer comparaciones entre una situación y otra.

Yo, siguiendo el mandato evangélico, opto por no juzgar. Diego Carcedo habla en la introducción del «miedo a la propia conciencia»: «la factura de algo que has hecho mal te alterará el recuerdo, te atormentará el sueño y, por más que te empeñes, no podrás olvidarlo». Pero también dice que «superar el miedo que se pasa entre disparos no es un mérito heroico: es, simplemente, una cuestión de suerte».

El libro de Diego Carcedo puede sorprender por su brevedad, teniendo en cuenta la larga trayectoria profesional del reportero. Son ocho crónicas de estancias en la absurda guerra del fútbol entre Honduras y El Salvador en 1969; el terremoto de Perú en 1970; los «sanadores de la fe» en Filipinas, la surrealista visita al dictador Idi Amin en Uganda, y los primeros años de la ocupación israelí de Palestina, todo en 1974; Nueva Guinea, Yibuti, Camboya, Vietnam, en 1975; Liberia, en 1979; el golpe de Estado del 23-F vivido desde Portugal, con la disparatada historia del «etarra sin piernas», en 1981; el asesinato de un líder palestino en la internacional Socialista que se celebraba en Lisboa en 1983; y la increíble historia de un infarto en la isla de Rodas (Grecia) que dura hasta su llegada a Madrid muchos días después, en 2014.

El lector se queda con hambre, con ganas de conocer más peripecias de este reportero de guerra. Pero también con un mensaje que Diego Carcedo formula en la página 218: «lo más duro en la vida es el miedo a lo ignorado».

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