La anticipación de las competencias

19/03/2019

Francisco Javier López Martín.

Una de las grandes preocupaciones en la mayoría de las economías desarrolladas es encontrar trabajadores con las competencias necesarias para ocupar los puestos de trabajo que las empresas necesitan. El problema es que, cuando las competencias requeridas requieren procesos de formación muy específicos, el tiempo necesario para adquirirlas no es corto. Requieren tiempo e inversión de recursos que hay que planificar. Vaya, que no es de hoy para mañana.

Es muy importante, por eso, anticiparse a los empleos que van a ser demandados y a las necesidades  formativas que tendremos que cubrir. La cuestión es que, en un mundo de desarrollo tecnológico acelerado como el nuestro, no es nada fácil saber con seguridad qué cualificaciones van a ser más necesarias y qué puestos de trabajo van a emerger.

Basta pensar en que hace pocas décadas, el móvil era un artefacto grande y con unas prestaciones muy básicas, con antena desplegable y que internet no había irrumpido en nuestras vidas. Basta pensar en cómo era nuestra infancia y compararla con la de nuestros hijos e hijas. Pensemos en nuestros empleos, las transformaciones que se han operado en los mismos y los nuevos  empleos que han aparecido y que no podíamos  imaginar, ni tampoco preveer.

Por otro lado, la educación, es mucho más que adquirir cualificaciones para trabajar. Es un derecho personal para toda la vida y nuestra vida tiene un componente laboral, pero ni único, ni exclusivo. Por lo tanto concebir la educación como un instrumento para adquirir las habilidades necesarias que necesitan las empresas es un tremendo error, por mucho que haya quienes se empeñen en priorizar esa función.

Dicho esto, las innovaciones tecnológicas, los cambios en el clima, los cambios culturales y en la población, afectan a los empleos. Por eso los sistemas educativos, que son responsabilidad de los gobiernos, deben tomar en cuenta qué transformaciones deben poner en  marcha para servir mejor, en primer lugar a las personas y, en segundo lugar, a la sociedad y las empresas.

La tarea no es fácil. Basta leer informes especializados, artículos en los medios, ponencias en jornadas, para que nos parezca que va a ser necesario cubrir un número infinito de nuevas profesiones,  de esas que denominan emergentes y que requerirán alta cualificación. Informes que hablan de entrenadores personales, diseñadores de sueños, nano-técnicos, científico de datos, ciberasesores, expertos en usabilidad y otras muchas cosas.

Sin embargo no hay que ser muy listo para darse cuenta de que la mayoría de los empleos que se generan siguen siendo monótonos y exigen una cualificación básica, o media. Administrativos, vendedores, recepcionistas, operadores de almacén, o de producción, camareras de piso, guardias y servicios online, teleoperadoras, o ayuda a domicilio y asistencia personal. Tendrán que utilizar nuevas tecnologías, pero a nivel de usuario y sin grandes complicaciones en su aprendizaje.

Muchos países están haciendo esfuerzos para recopilar información sobre los cambios que se producen, ponen en marcha procesos de análisis de los mismos y procuran que sus conclusiones se traduzcan en programas que ayuden a las personas, a las empresas y a los propios gobiernos, a anticiparse a los cambios y adecuarse a las competencias que vamos a necesitar.

No es un problema cuantitativo que se resuelve sabiendo cuántos electricistas vamos a necesitar, sino aprender a predecir cómo evolucionará el mercado de trabajo, qué tipo de empleo se nos viene encima y qué procesos de aprendizaje necesitamos. Se trata de analizar los desajustes actuales entre oferta y demanda y prevenir los futuros que se pueden producir.

No hay métodos universales para afrontar el reto. No todos los datos disponibles son utilizados, ni utilizables de la misma manera. Las conclusiones, evaluaciones y  pronósticos que se producen son muy variados y resultan influidos por el mayor  o menor acierto en los datos y el método que se hayan utilizado. En unos casos priman las evaluaciones generales, en otros los análisis sectoriales. A veces se realizan a nivel nacional y otros a nivel regional, cuando no local. En ocasiones prima lo cuantitativo y en otras lo cualitativo. En todo caso, la experiencia adquirida y contrastada, junto a la evaluación, contribuyen a que los resultados sean mejores en unos países que en otros.

En todo caso, siempre es necesario contar con los expertos y con las aportaciones de los trabajadores y las empresas. Nunca llegaremos a tiempo a todo. No hay una única metodología fiable. Podemos hasta equivocarnos y detectar tarde una alta demanda de determinados empleos, pero sin darnos cuenta de que las cualificaciones necesarias para los mismos ya han cambiado y son otras distintas. En todo caso, las alianzas en la cooperación de gobiernos, expertos, organizaciones juveniles, empresarios y organizaciones de trabajadores, siempre que se hagan con lealtad y con instrumentos transparentes, contribuyen a que los errores se corrijan y las necesidades se anticipen mejor.

En una sociedad en la que la información y la comunicación son parte esencial de nuestras vidas, una de las claves es que los procesos y resultados sean conocidos y difundidos de inmediato, utilizando todos los medios disponibles. Una difusión presentada de forma atractiva y accesible, a través de publicaciones de informes, encuentros específicos, jornadas, difusión en ámbitos formativos y universitarios, páginas web, medios de comunicación, portales, redes sociales, espacios de diálogo social y negociación colectiva, o la propia formación de expertos.

Creo que, al final, serán los países que piensen más en las personas y menos en el capital humano, los que fomenten la creatividad más que el adiestramiento y la cooperación más que la competencia, los que consigan una formación que asegure su futuro de desarrollo económico, su empleo y la calidad de vida de su ciudadanía.

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