España

28/03/2019

Luis Díez.

La generación poética de los cincuenta reivindicó el nombre de España hasta el dolor de muelas, sin que pueda decirse que Blas de Otero, Gabriel Celaya, Ángel González o José Agustín Goitisolo, por solo citar a cuatro poetas portentosos, fueran precisamente de derechas. Sin embargo, ese afán de las derechas de apropiarse de todo, incluido el nombre y los símbolos del Estado para parecer más patriotas que nadie, ha llevado a mucha gente (electores en este caso) a creer que las izquierdas son menos patrióticas y por no exhibir banderitas ni practicar el banderismo balcónico quieren menos a España y la defienden y representan peor.

De ahí el acierto de los socialistas al incluir el nombre de España en su lema de campaña: “La España que quieres”. Si el lema es la síntesis del discurso, vale apreciar en el elegido por los dirigentes del PSOE la virtud de no permitir que las derechas que provocaron la tensión con Cataluña y acusan ahora a Pedro Sánchez de “traidor” a España nada menos, se apropien del nombre común. España no solo es territorio, capital (en Suiza) y trama legal e institucional (poder); son personas con derechos y deberes. Cuarenta y siete millones de humanes, concretamente. Y lo que esas personas manifiesten es lo que hay que respetar. De ahí el segundo acierto del lema.

España es diversa y plural en su ser y configuración, crisol de civilizaciones, y tanto se defiende y representa a España en el mundo cuando se defiende lo catalán, lo gallego, lo castellano como lo vasco, lo balear o lo andaluz . Por eso España es un país tan diverso, rico y admirado en el mundo. La España que los españoles queremos –me atrevería a decir– es la se quiere en su pluralidad sin desquerer sus diferencias.

Es también un país moderno y europeista, curado de autarquías, autócratas y salvapatrias con capital en Suiza y sociedades con testaferros y sin ellos en paraísos fiscales. Esa España con menos desigualdades de clase social y sin ninguna entre hombres y mujeres es la que casi todos querríamos, comenzando por los dirigentes políticos más sensatos y acabando por la última jornalera estacional.

Cuando la derecha tricéfala (y “trifálica”, que dijo aquella) apela a los toreros como candidatos (caso del PP con Miguel Abellán en Madrid, Salvador Vega en Málaga o la viuda del malogrado Víctor Barrio en Segovia, y sus competidores de ultraderecha Vox con Serafín Marín en Barcelona y Pablo Ciprés en Huesca) realiza un guiño a un espectáculo en declive y a una tradición que no por bárbara deja de representar la lucha de la inteligencia contra la fuerza bruta. Pero eso no significa que la izquierda sea menos taurina aunque algunas mentes preclaras propongan no sacrificar a los toros en los ruedos y evitar así el sufrimiento como espectáculo.

De igual modo, cuando las derechas apelan a los militares en la reserva o fuera de servicio (caso del PP en Melilla con el general Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu y de Vox con el coronel coronel José Antonio Herráiz por la misma plaza, por no citar a los demás pretorianos franquistas reclutados por la extrema derecha), no significa que defiendan mejor la unidad de España con el plomo que con la pluma o la quieran más y la representen mejor a cañonazos que con la laringe, la palabra y el diálogo.

La vuelta a un pasado tan lamentable y penoso como el que sufrió España y que, por fortuna, más de la mitad de los españoles de hoy no conocieron (ni maldita falta hace), no parece ser el futuro de la España que queremos por más que tipos fanfarrones como el saco de estiércol Bannon, asesor de Trump, vengan actuando como asesores de la extrema derecha y se dispongan a viajar a Madrid para aconsejar a los jefes de Vox. La civilización europea (y la española como parte principal) no necesita más podredumbre, racismo, miedo y odio. Quiere ser gobernada por las fuerzas de la libertad, la fraternidad, la igualdad, la justicia y la honradez. Los españoles somos gente tolerante, demócrata (no se niega el derecho al voto pasivo a ningún botarate), preparada e inteligente y sabemos bien lo que no queremos: ni la posverdad nacionalista ni los gusanos goebbelianos que por desgracia soportamos.

 

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