‘Mrs. Dalloway’, El tono de lo íntimo

29/03/2019

Luis M. del Amo. Carme Portaceli lleva al Español una versión de la novela de Virginia Woolf.

Virginia Woolf, la escritora que toda su vida tuvo que lidiar con la depresión y el trastorno bipolar, escribió en 1925 La señora Dalloway; una novela que, a través de la técnica de la corriente de conciencia, exploraba la mente de una señora de la alta sociedad londinense, quien, mientras prepara una fiesta, se ve asaltada por sus fantasmas. Una novela de gran atractivo, y cuya radical actualidad, viene dada no solo por la reflexión sobre la vida que las mujeres se veían obligadas a llevar a principios del siglo XX, sino también por otros temas como su sexualidad de las mujeres, la homosexualidad y, en general, la conciencia del freno que las convenciones sociales pueden suponer para una vida que aspira a la plenitud.

Una oportunidad temática que, en el caso que nos ocupa, ha cristalizado en una versión teatral, Mrs. Dalloway, estrenada esta semana en el Teatro Español de Madrid, bajo la dirección de la también directora del teatro, Carme Portaceli, y protagonizada por Blanca Portillo, al frente de un reparto que completan Jimmy Castro, Jordi Collet, Inma Cuevas, Gabriela Flores, Anna Moliner, Zaira Montes y Manolo Solo.

La versión teatral transforma los recuerdos de la señora Dalloway en personajes de carne y hueso, que acuden a su mente para recordarle pasados amores – de carácter homosexual, alguno de ellos –, la huella del tiempo y en general el balance de dudas e insatisfacción que su enfoque vital, conformado de acuerdo a las circunstancias de la época, ha dejado en su conciencia.

Portaceli opta, para expresar este sustrato, por actualizar algunos elementos que componen la escena, e incluye en su propuesta aparatos como teléfonos móviles, instrumentos musicales eléctricos y hasta un pequeño concierto, que interpreta parte del elenco. Una apuesta estilística que se completa con un gigantesco telón, compuesto de hilos, sobre los cuales se proyectarán diversos vídeos, de asunto melancólico o meramente ilustrativo, la mayoría de ellos, y cuya ubicación en el escenario va cambiando a medida que se suceden los diversos acontecimientos de la trama.

El tono de la intimidad

Con todo, no es esto lo más significativo en mi opinión sobre su apuesta estilística, sino el tono que adopta, tanto la interpretación de los actores, como los diversos elementos que acompañan la representación, como por ejemplo la iluminación. Elementos caracterizados en general por una clave de gesto amplio y luz alta, donde en mi opinión se hubiera requerido un tono más contenido, sutil y matizado, que acompañara los desvelos de la mujer el día en que acierta a formular las coordenadas de su vida.

Algo así como una ‘chejovización’ de la obra que convirtiera los distintos torrentes que confluyen en escena en corrientes subterráneas – de conciencia –, más intuidas o latentes que explícitas.

En su lugar, la puesta en escena de Portaceli apuesta por una explicitud muy marcada, que lastra la efectividad de la obra, al no acomodarse a su forma expresiva.

No en vano, la obra funciona mejor en su parte final, en la fiesta, cuando Portaceli sí encuentra una forma óptima para lo que ocurre en escena, al combinar, por un lado los vaivenes de la música, con un tono semigritado de los actores que, ahora sí, concuerdan plenamente con el material de partida.

No así, en cambio, en los momentos previos cuando, en la segunda mitad de la obra – la más interesante, en mi opinión – aparecen sobre el escenario los personajes que harán vibrar más intensamente el alma del espectador; por un lado, el amante despechado, que interpreta Manolo Solo; y, sobre todo, la vitalista Daisy – excelente, en manos de Inma Cuevas –, para apreciar cuya intervención, el espectador deberá desentenderse de lo que ocurre en el escenario y, digamos, cerrar los ojos a fin de concentrarse solo en las palabras salidas de la pluma de Woolf.

Un baldón para una puesta en escena y un síntoma inequívoco de que algo encaja mal con el material propuesto por la novelista, en mi opinión.

Aun así, merece la pena acudir al Español y sumergirse en la prosa de Woolf, encarnada por competentes intérpretes, a fin de disfrutar de su tormentosa lucidez y de las manifestaciones de un dolor de vivir que acompañaría a la escritora durante buena parte de su vida, a la que puso fin, interrumpiendo definitivamente el flujo de su conciencia y sus notables creaciones, un día de 1941, mientras Londres se veía asediado por las bombas alemanas.

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