Europa y los tres imperios

17/05/2019

Hernando F. Calleja.

Ya he dejado dicho alguna vez, en opinión de alguno, demasiadas veces, que mi única adscripción política es Europa. Hace mucho tiempo, cuando uno es viejo, casi todo ha ocurrido hace mucho tiempo, que superé el síndrome nacional y nunca tuve el local, el provincial, mucho menos el autonómico. Así que soy de esos tipos raros que creen en el lento río de la Historia, aunque lamento que el tiempo que soy capaz de contemplar sea corto, minúsculo.

El azar electoral extenuante remata en una semana y poco y no quiero dejar de hablar de Europa, aunque este término haya que limitarlo de manera administrativa al perímetro de la Unión Europea. Hay unas preocupaciones inmediatas y una corriente de fondo. Sobre lo inmediato quiero ser claro y expeditivo. Aquellos países en los que hay una mayoría de la opinión que no está satisfecha con lo que es el alma de la Unión, sus líderes, en vez de pretender paralizar o implosionar la UE, (eso sí, sin dejar de percibir sus ventajas) lo que deben es proponer a sus conciudadanos una salida. Y marcharse. Es lo juicioso y lo conveniente, aunque sea muy lamentable.

Los que piensan lo mismo, pero no tienen un respaldo significativo en sus países, es inevitable que sigan dando la murga en las instituciones, pero los grupos inequívocamente unionistas pueden mantenerlos a raya y hacer pedagogía con políticas que desbaraten sus toscos argumentos, sus procaces propuestas, sus beber y soplar.

Creo que en el discurso de Macron está implícita esa idea. La Europa diversa, con diversos grados de compromiso y diversas fórmulas de presencia y de ponderada influencia democrática, huyendo de la mala imagen de las distintas velocidades, que habla más de ganadores y perdedores que de sentirse cómodo en la participación

Pero si elevamos la vista unos metros más o unos años más, los europeístas tenemos un trabajo arduo e inmenso en el que trabajar juntos sin renunciar a postulados particulares. El mundo actual está configurado con tres imperios: Estados Unidos, China y Rusia, cuyas ansias de dominio son inocultables, aunque evidentemente no son lo mismo. No es lo mismo la democracia estadounidense, que el simulacro ruso o que la indisimulada dictadura china.

Entre estos tres imperios, la Unión Europea tiene que batirse en la defensa de su modelo de sociedad, en la diferenciación de su manera de ser y estar . Tiene que reforzar su autonomía y solidificar su doctrina internacional, que no es otra que la paz. Pero sería muy ingenuo pretender que el mundo se quede cómo una foto fija de hoy. Los tres imperios tienen sus sordos enfrentamientos y, a veces, los hacen sonoros, con piezas de mediano calibre, aranceles, expansionismo territorial, guerra tecnológica, confrontaciones bélicas localizadas, apoyo a regímenes títeres en zonas de influencia del otro…

Los tres imperios tiran de los faldones de la levita europea para ganarse un aura de respetabilidad, lo que quiere decir que Europa es una voluntad respetable, aunque bastante encogida.

El tablero mundial tiene aún espacios en blanco o de contornos más difusos y es sobre ellos sobre los que Europa tiene que influir de manera decisiva, no para convertirse en el cuarto imperio, eso me produciría urticaria, sino para tener a su lado países de influencia creciente en los que los principios universales de Europa sean aceptados y respetados. Mejor que nadie, Europa puede ayudar a hacer de África un continente diverso en su trazado, pero globalmente democrático. La influencia de Francia, de España, del Reino Unido, de Alemania, de Portugal… puede ser decisiva para el futuro continental y la de todos juntos, aún mejor. Y por lo que se refiere a Iberoamérica, podríamos decir lo mismo, con España y Portugal como portaestandartes de una autonomía y una madurez emancipadoras tanto de los autoritarismos como del modelo tutelar norteamericano.

 

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