¿Rabo de toro con arroz meloso?

05/06/2019

Miguel Ángel Valero. El templo de la cocina castiza madrileña en la Gran Vía se transforma en un 'chinringuito de playa'.

Uno se acerca a la Taberna de la Reina, tan castiza como la Puerta del Sol, el chocolate con churros o el mantón de manila, para comprobar qué es eso de «la playa de la Gran Vía». Y se sorprende, gratamente eso sí, con propuestas que convierten al establecimiento por antonomasia de la cocina castiza en el centro de Madrid casi en un ‘chiringuito’ de la playa. Hasta con la clásica sangría.

Sí, mucha innovación, pero todo con la garantía de calidad que acompaña desde su apertura el establecimiento del grupo Mercado de la Reina.

La gran sorpresa llega cuando la camarera propone «arrroz meloso de rabo de toro con champiñones y trigueros». Uno cree haber oído mal y pide que le repitan la sugerencia: ¿rabo de toro con arroz meloso?

Sí, no había oído mal. Y menos mal que hicimos caso a la propuesta. Es un plato contundente, para compartir, donde se mezclan los sabores del arroz meloso con los del potente rabo de toro, una de las especialidades de la Taberna de la Reina (de lo que podemos dar fe, poque también hicimos caso al amable camarero en una cena inolvidable).

Pese al calor que invade Madrid en esos primeros días de junio, acertamos con ese arroz meloso con rabo de toro, devorado entre dos. Un gran acierto de la cocina de la Taberna de la Reina.

Antes pedimos unas alcachofas de Tudela fritas con salsa romescu, que estaban para chuparse los dedos. Otro punto a favor: la salsa Romescu está para mojar pan y no parar. Desde luego, para prepararnos para el banquete ofrecido por la Taberna de la Reina.

Porque junto al innovador arroz meloso con rabo de toro, llega otro descubrimiento gastronómico, una fideuá de chipirones y gambón con un punto de alioli. Llama la atención porque el fideo es muy fino, casi cabello de ángel. No es tan contundente como la otra sugerencia, pero también es para compartir, que siempre se come mejor y se disfruta mucho más.

Todo regado con una cerveza inicial, muy bien tirada y fresquita, y luego un albariño Marieta, que es un primor para combatir el calor.

La propuesta de «la playa de la Gran Vía» no se queda ahí. También ofrece un arroz de calamares en su tinta. O una fideuá de campo con pollo, boletus y su majado.

Estos platos van maridados con las bebidas más consumidas en los chiringuitos: la Cruzcampo, en todas sus variantes (gran reserva, clásica, sin gluten, hay para elegir y para todos los gustos y necesidades), los vermuts de grifo. Y por supuesto la sangría.

Todo esto hace recordar que la primera taberna (existen desde el año 1.700 antes de Cristo), tenía un cartel que rezaba «Venite ad me omnes qui stomacho laboratis et ego restaurabo vos». En román paladino, «venid a mí todos aquellos cuyos estómagos claman angustiados, que yo lo restauraré».

Pues habrá que restaurar estómago, reponer fuerzas y saciar la sed y el hambre en el templo de la cocina castiza de la Gran Vía, temporalmente transformado en un chiringuito de playa.

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