Investidura y crisis de Podemos

26/06/2019

Luis Díez.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, se va a reunir el 2 de julio, martes, con la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, para poner fecha a la investidura. Dicen las fuentes cercanas al líder socialista que no hay tiempo que perder y que el país necesita un gobierno cuanto antes. Lógico. Las administraciones públicas tienen su dinámica y los responsables técnicos de los servicios necesitan conocer los objetivos y prioridades presupuestarias, lo que a su vez depende de la dirección política. Lo contrario sería obra mostrenca.

Sánchez quiere formar un gobierno “progresista, europeista y moderado”, según explican las fuentes de su entorno. Los españoles le concedieron su confianza en las elecciones generales frente a la derecha de tres cabezas para dos cosas principales: que recupere los derechos sociales y económicos laminados por la crisis y que restablezca la convivencia en y con Cataluña. Y lo hicieron sobre la base de la actitud y las decisiones positivas que adoptó en los diez meses que siguieron a la moción de censura. Contó para ello con el apoyo inequívoco de Podemos, aunque las circunstancias judiciales del “proces” impidieron a ERC apoyar el mejor presupuesto social y para Cataluña desde 2011. Y sin restar importancia al griterío de la derecha tricéfala, reunida en la Plaza de Colón de Madrid, le abocaron a convocar las elecciones generales.

Conviene recordar la secuencia porque la política y la desmemoria se vuelven sinónimos cuando a determinados cráneos privilegiados (no por materia gris, sino por privilegios) les interesa. Las presiones internas y externas sobre Sánchez son tremendas. Los poderes económicos y financieros que hicieron recaer el mayor peso de la crisis sobre los hogares con menor renta y acentuaron las diferencias sociales hasta límites insoportables pretenden que olvide el sentido del voto (incluido el “con Rivera no” que le gritaban los militante la noche electoral en la calle de Ferraz) e, incluso, que no vea la sima y se despeñe por ella.

Lo peor para esa derecha real, infatigable en sus manejos de salón, es un PSOE pegado a la realidad de la calle, un Podemos patriótico y con sentido de Estado (“por España” juró Pablo Iglesias la toma de posesión del escaño) y una política que ponga límite a la voracidad de los privilegios y acabe con la corrupción rampante. Les horroriza un gobierno de izquierdas, unas mujeres y hombres poco predispuestas a olvidar las características de depresión y estafa de la última década, con una crisis económica que hizo a los ricos más ricos y a muchos pequeños empresarios y a todos los trabajadores mucho más pobres. Una crisis que se ha cebado en los jóvenes, la generación más preparada de la historia. ¿Recuerdan?

Con el independentismo catalán, Sánchez ha aplicado la paciencia, que es lo que hace falta. Vale recordar los insultos de los que fue objeto desde el momento en que acordó con Rajoy no mantener la suspensión de la autonomía (el 151) por más tiempo del necesario para hacer elecciones en Cataluña. Su apuesta por el diálogo ha contribuido a la paz. Sánchez no es Kennedy, pero sabe que dialogar no es negociar, negociar no es pactar y pactar no es rendirse. Se sulfuran y vociferan los patriotas porque el jefe del gobierno habla con Torra y otros independentistas catalanes. Pero hombre, si es con los enemigos con los que hay que hablar.

Desde que obtuvo la mayoría minoritaria ha mantenido dos rondas de entrevistas formales con los dirigentes del PP, Cs y Podemos (en La Moncloa y en el Congreso) y se ha reunido otras dos veces con Pablo Casado (PP) y tres de negociación con Pablo Iglesias (Podemos). El presidente de Ciudadanos ha despreciado el diálogo y ha sufrido unas deserciones muy significativas en la dirección de su partido. La posición de todos ellos, incluida la del negociador Iglesias, se resume en un monosílabo: “no”. Las derechas derrotadas son coherentes con el lugar donde les han colocado los electores, que es la oposición. La de Iglesias se da de patadas con la política de su partido. Y ya sabemos que cuando hay contradicción entre el líder, la organización y el programa, hay crisis.

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