Para qué sirve una serie de televisión

18/09/2019

Hernando F. Calleja.

La sórdida vida política española pasa de un laberinto a otro, hace girar la rueda como un hámster enloquecido, en un viaje vertiginoso al centro de si misma. Por ello les voy a hacer el favor a los ocasionales lectores de no hablar de ello. (Pero, ¿qué clase de columna es ésta que no habla de política? Pues mire, la que consiente el Director, que algo sabe de esto).

No como refugio, sino como lo contrario, una mirada al exterior, me he topado con una serie de televisión (siempre ando retrasado con la tele) que algunos me habían recomendado (se lo agradezco) y otros habían denostado (no entiendo la razón). La serie se llama Chernobyl y debería ser obligatorio su visionado en varias facultades, desde Medicina a Políticas, pasando, probablemente, por Físicas, Químicas, Mediombientales y hasta Filosofía. Si esto último les parece demasiado encomiástico, sepan que no tengo interés alguno ni en la productora, ni en la plataforma que la difunde ni siquiera trabaja un primo mío ni de extra.

Chernobyl, es una parábola exacta sobre el comunismo y por qué se volatilizó. De hecho, por la explosión de la central nuclear se derrumbó estrepitosamente el telón de acero y su muestrario, el muro de Berlín. El sistema comunista está tan perfectamente retratado, que lo que más sorprende es que durara tanto tiempo la URSS. El miedo, la irresponsabilidad individual, la tragicómica maquinaria de aquel tinglado, en el que se decide por un comité del Partido Comunista si una central nuclear puede explotar, si, de hecho, ha habido una explosión, si una persona está muerta y por qué está muerta, lo explica todo.

La serie es profundamente trágica, no sólo por lo que sabíamos de los miles de muertos, de las secuelas centenarias que esperan a nuevas generaciones, sino porque todo ello se debió al sistema irracional del comunismo que, aún en las postrimerías del siglo XX, reinaba tiránicamente en media Europa. La abulia, la falta de iniciativa, el escabullirse, el confundirse con el paisaje, el desprecio del individuo, la obcecación de los crédulos serviles… Un repertorio de actitudes que regían una sociedad corrompida hasta lo más íntimo de las personas, que no eran tales, sino simples elementos del sistema.

No sé a quién se le ha ocurrido la brillante idea de contar juntas la catástrofe nuclear y la agonía del socialismo real, pero el resultado, ya digo, es brillante y demoledor. Y también un poco angustioso, porque hace pensar en la deriva hacia el autoritarismo de Putin, acaso una simple develadura del talante del antiguo dirigente del KGB y nos pone en guardia sobre el inmediato futuro de Rusia, que sigue siendo una potencia nuclear, sin olvidar que el sistema comunista rige el país más poblado de la Tierra.

Como decían mis admirados redactores de La Codorniz , ¡tiemble después de haber reído!

 

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