Economía electoral

05/11/2019

Javier López.

Estamos en plena y nueva campaña electoral. Más corta, eso sí. Poco más de una semana. Reconcentrada, acelerada, comprimida, amontonada. Si ya es difícil que en una campaña al uso se debata sobre algo más que los cuatro tópicos al uso, podemos intuir que ésta se nos va a ir en rebajas fiscales, alianzas poselectorales y Cataluña, mucha Cataluña. Algunos guiños a colectivos como pensionistas, o autónomos, que se supone pueden decantar al triunfo hacia uno u otro lado en el último momento.

Los trabajadores parece que han desaparecido del mapa y de la agenda de los partidos, como si se diera por supuesto que se hubieran plegado a aceptar un destino masivo de precariedad, temporalidad, incierto futuro y no necesitaran otra promesa que tener un trabajo, cualquier trabajo, con cualquier salario y en cualquier condición. Mansedumbre, sumisión, un Sorry we missed you profetizado por Ken Loach,

-El sistema ha llegado a la perfección, el obrero obligado a explotarse a sí mismo.

Si hace décadas el modelo de producción modélico era el fordismo en el que el trabajador se hacía máquina, parte de una cadena infinita de producción continuamente alimentada, en intensivos turnos laborales, en inmensas factorías, hoy, vuelvo a Loach,

-El modelo Amazon destruye al individuo y al planeta.

Acaba con las personas, las familias, el Amazonas, el planeta todo.

Antes los trabajadores se organizaban en sindicatos, paraban la cadena, obtenían mejoras laborales y mejores retribuciones, participación en las ganancias y beneficios empresariales. En la película de Loach, hay atomización, solidaridad reducida a la mínima expresión, evaporación de cualquier tipo organización de la resistencia, de sindicato.

Nadie recordará que la media de paro en la zona euro no llega al 7´4%, mientras en España seguimos siendo cola de ratón, con casi un 14% de desempleo, tan sólo superados por Grecia. Silencio. Hablemos de la trashumante tumba del tirano, o de Cataluña. Sí, mejor de Cataluña. Donde va a parar, mucho menos deprimente, mucho más entretenido, sobre todo con una caña en la mano.

Nadie introducirá en la campaña electoral que la temporalidad, compuesta muchas veces de contratos de semanas, días, horas, ronda el 28% mientras que en la media europea no llega ni de lejos al 15. Son efectos de las sucesivas reformas laborales que no se arreglarán cambiando  de nombre a los contratos, como proponen algunas fuerzas de la derecha. Llamemos fijo a lo que es temporal y todo solucionado. Una temporalidad que, en el caso de los jóvenes, alcanza al 60%, el doble también que la media europea.

Nuestro empleo es la consecuencia de un modelo de producción, servicios, negocio, que apuesta muy poco por los trabajadores, a los que algunos denominan capital humano, recursos humanos, pero al que se considera exclusivamente como un mal necesario en el que hay que invertir lo menos posible, al que hay que formar lo imprescindible. Lo justito y mínimamente necesario.

Vivimos en un país, no sé si alguien  lo dirá a lo largo de la campaña, en el que poco más del 28 por ciento de las empresas de más de 10 trabajadoras o trabajadores son innovadoras. Más del 60% de esa inversión en innovación se ejecuta en Madrid y en Cataluña. Más del 70% si incorporamos la inversión en Euskadi. El resto de España es un desierto innovador.

Una buena muestra de esta situación es que nuestras tasas de abandono educativo temprano y fracaso escolar se encuentran muy por encima también de los datos europeos. Uno de cada cuatro jóvenes de entre 18 y 24 años no estudia nada, cuando la media europea no llega al 13%. La Formación Profesional para el Empleo (FPE) sigue durmiendo el sueño de los justos, sin que nadie se atreva a garantizar ese derecho a lo largo de toda la vida.

Uno de los peores efectos de las reformas laborales es que los contratos a tiempo parcial, no deseados, ni escogidos, se han duplicado hasta superar el 60% de este tipo de contratos y afectan ya a una de cada tres mujeres trabajadoras y a uno de cada seis hombres.

Pocos insistirán en que el deterioro de las condiciones laborales hace que trabajar no sirva de salvavidas contra la pobreza, hasta el punto de que un 13% de quienes trabajan viven en la pobreza, casi cuatro puntos porcentuales más que en Europa.

Son cifras y números, datos tediosos, cansados, demoledores pero cansinos, aburridos, fastidiosos. De esos que lucen poco, porque nadie puede sacar pecho a cuenta de ellos, ni envolverse en tamaña bandera como carta de presentación. Cifras que desvelan retos, carencias, problemas de difícil solución y que los partidos saben que exigen complicarse la vida, proponer, ensayar, equivocarse, cometer errores, aprender de ellos, hasta terminar acertando.

De todas estas cosas no hablarán en campaña los partidos de la derecha y los de izquierda hablarán menos de lo que yo quisiera. Sin embargo son esos los temas y asuntos que van sembrando el malestar, el descontento, la indignación, el resentimiento callado. Esa clase de problemas que terminan estallando cuando salta cualquier chispa en el ambiente cargado de sustancias volátiles y altamente  explosivas.

Este país ha alimentado ya demasiadas tensiones artificiales, ha echado demasiada tierra sobre los problemas reales, o los ha tapado con banderas y banderías, como para que ahora la campaña electoral vaya a convertirse en un circo mediático, una nueva oportunidad perdida. Sobre todo para la izquierda, a la que seguiré votando, que se lo juega todo pegada al  terreno que la clase trabajadora pisa cada día.

Francisco Javier López Martín

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