La revolución de los condones

05/11/2019

Carmela Díaz.

El cansino procés hace tiempo que perdió su esencia: ya no se centra en la quimera de una independencia ni en la proclamación de una idealizada república. Se alejó tanto de su razón de ser que actualmente padecemos un bucle monomaniático colectivo. En vez de proyectar legítimas tácticas políticas u orquestadas estrategias mediáticas, contemplamos el desvarío de unos ciudadanos adoctrinados -cada vez más alejados del sentido común- y unas performances que hacen dudar de la cordura de quienes las interpretan. La enésima exhibición supuestamente revolucionaria proviene de unos cachorros -burgueses y caprichosos- que han encontrado un maná jaranero enarbolando cualquier causa oportunista. Otra versión distorsionada de su onírica realidad.

Carmela Díaz

Fusionan esa fantasiosa represión del estado opresor con la batalla de moda -el cambio climático-, a la par que perseveran por la igualdad entre hombres y mujeres, la amnistía de los políticos presos o el acceso a la vivienda. No queda claro si guerrean por el planeta entero o solamente por los catalanes de pura raza. Cualquier solicitud paradigmática es bienvenida en una acampada que ocupa la vía pública -entorpeciendo la vida cotidiana de sus conciudadanos-. Una sentada de tecnología 4G, tarifa plana de datos, iPhones, hashtags, redes sociales, Play Station, sofás, baños móviles, sol y cervecita. Y aunque no reivindican trabajo o sentido común, sí exigen donaciones de primera necesidad tales como condones y bebidas energéticas para perpetuar su protesta. Con semejante espíritu de sacrificio su peculiar rebelión glosará las gestas históricas contemporáneas. Tocarse las castañas a dos manos en el corazón de la Ciudad Condal -y con todos los gastos pagados- es la nueva forma de hacer la revolución contra ese malvado estado fascista que los tiraniza; el mismo que asumirá los costes de mantenimiento y limpieza cuando se aburran de jugar a la insurrección de los sofás. La protesta como forma de vida se ha instaurado en Cataluña.

También difunden proclamas para conseguir un futuro digno: alguien debería explicarles que el porvenir se lo labra cada cual con esfuerzo, perseverancia, trabajo y afán de superación. Pero es más cómodo ejercer de vago y pedigüeño que esforzarse por ser útil para la sociedad que los subvenciona. Han (hemos) criado una generación de niñatos superficiales y consentidos que reivindican a la carta sus antojos aburguesados sin rubor ni sonrojo. Aunque eso implique que quienes los pagan son otros, generalmente los blancos de su ira. Sobran personajes pueriles, broncos y engreídos, pero falta civismo, solidaridad y sentido de la responsabilidad.

Entretanto pocos cuestionan el sistema educativo que sustenta semejantes dislates. Y la reputación internacional de Barcelona -hace apenas una década adalid de vanguardia y urbe cosmopolita- sigue en caída libre. Continúa disminuyendo la percepción internacional de estabilidad, la atracción de inversores o la competitividad mientras se dispara la delincuencia callejera y la inseguridad ciudadana. Pero nadie toma medidas por recuperar el esplendor de una ciudad que merece consolidarse como la gran capital mediterránea que es. Quizá porque la autocrítica no cotiza al alza y la culpa siempre es de los de fuera. 

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