Más allá de quién ganó o perdió, que eso depende mucho de la subjetividad y de la movilización de los militantes en las redes sociales, lo más relevante del debate entre los cinco líderes de los partidos nacionales fueron los estruendosos silencios del presidente del Gobierno en funciones. Un Pedro Sánchez que pareció altanero, despreciativo hacia sus interlocutores a los que apenas miraba, autoritario al ordenar más que pedir el voto al PSOE para gobernar en solitario, y desbordado en muchas ocasiones frente a las preguntas de todos y cada uno de sus oponentes.

Preguntas claras, concretas y que sólo precisaban un sí o un no como respuesta y a las que Sánchez ni supo ni quiso contestar. Así, el candidato socialista calló cuando Pablo Casado le espetó directamente si piensa repetir ese “gobierno Frankestein” con el apoyo de los independentistas catalanes y de Bildu. El mismo silencio que le dedicó a Pablo Iglesias cuando le insistió en que dijera si piensa pactar con el PP y con Ciudadanos después del 10-N o cuando le mendigaba un gobierno de coalición con Podemos y un puesto en el Gobierno que es su verdadera aspiración.

Una larga cambiada dio también Sánchez a Albert Ribera cuando le inquirió si piensa dimitir si el PSOE es condenado en la sentencia de los ERE cómo el exigió a Rajoy apoyándose en una sentencia, que hoy sabemos rayaba la prevaricación, dictada por un juez afín y que ha sido apartado del Tribunal. O cuando le preguntó si seguía calificando de “normalidad” lo que está ocurriendo en Cataluña.

Tampoco replicó a Santiago Abascal qué le demandó explicara cómo piensa pagar ese aumento de gasto público que promete en sus 370 medidas y en los Presupuestos pactados con Podemos. Aunque todos los sabemos, subiendo los impuestos y haciendo pagar a todos los españoles los dispendios de una política económica electoralista y que nos conducirá al mismo escenario de recesión económica y multiplicación del desempleo a que nos llevó su maestro Zapatero.

Por cierto, sólo nueve horas después de que concluyera el debate pudimos conocer los datos de paro del mes de octubre que mostraban cien mil parados más, el peor dato

desde el año 2012 y que confirman los peores presagios de la EPA.

Pero el más estrepitoso de los silencios se produjo cuando Pablo Casado le repitió la pregunta que le hiciera Patxi López el día de San Isidro de 2017 en presencia de Susana Díaz. Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación? Pregunta ante la que el interpelado, tras unos momentos de duda respondió entre balbuceos que es «un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía, por ejemplo en Cataluña, por ejemplo en el País Vasco, por razones culturales, históricas o lingüísticas».

Fue entonces cuando el que quien fuera lehendakari en el Gobierno vasco aprovechó para explicarle, como hace un profesor ante un alumno deficiente, la diferencia entre la «nación política, que conlleva soberanía y la consecución de un estado independiente, y la «nación en términos culturales» que es la pertenencia a una lengua, a una historia o a una tradición, que no lleva a la consecución de ningún estado. Recordándole, además, que en el caso de Cataluña «los socialistas estaremos siempre radicalmente en contra» de la primera de las acepciones.

Pues bien, transcurridos dos años y medio de aquel episodio, Pedro Sánchez sigue sin saber lo que es una nación. O lo que es más grave, no quiere o no le interesa saberlo, mientras escucha y se doblega ante los sofismas y caprichos del veleidoso Miquel Iceta, que, como apuntaba recientemente Pablo Casado, y corroboran algunos socialistas de la llamada «vieja guardia», no sólo manda en el PSC sino que «parece que es quien manda también en el PSOE en toda España».

Eso sí, el mismo Pedro que hizo caso omiso de los asuntos claves que preocupan a los ciudadanos se explayó prometiendo más ministerios y una vicepresidencia, con el consiguiente aumento de gasto y burocracia. ¿Será que le quedan todavía muchos amigos a los que colocar?