La resurrección de Lázaro

05/12/2019

Luis Díez.

La política no hace milagros, pero Lázaro ha resucitado. El que fuera diputado del PP durante 29 años, Ignacio Gil Lázaro, se ha convertido ahora en vicepresidente cuarto del Congreso con los 52 votos de Vox. Esa ascensión de la extrema derecha al órgano rector del Parlamento fue la nota destacada de la sesión constitutiva del 3 del corriente, festividad de san Javier (patrón de Navarra) y día internacional de los discapacitados (3,8 millones de personas en España). El PP quería que los colegas de Vox votaran a C’s para que estuviera también en la Mesa, pero los voxistas, turris burris. De momento no están por esa reunificación de las derechas por la hace preces la madre superiora Esperanza Aguirre.

Así pues, las derechas perdieron un puesto en la Mesa del Congreso respecto a la fallida legislatura anterior, y la correlación de fuerzas quedó 6 a 3, seis representantes de las izquierdas (PSOE, Podemos y las confluencias) y tres de derechas (PP y Vox). La socialista catalana Meritxell Batet fue reelegida presidenta del Congreso y, como es sabido, el Senado eligió a la también socialista madrileña Pilar Llop, que es hija de una peluquera y de un taxista, y jueza de carrera. Luego ya, el enfado y los anuncios de recursos al Constitucional de los patriotas nacionales, que juraron por España (no iban a jurar por el extranjero), ante las coletillas añadidas de los patriotas nacionalistas, que recordaron a sus presos e invocaron sus aspiraciones, completaron una sesión inaugural que la portavoz socialista, la asturianina Adriana Lastra, empezó con mal pie (se dislocó un tobillo).

El gicomésico Abascal, jefe de Vox, sacó más pecho. Su éxito, muy glosado por todos los medios, al colocar a un peón en el altar templo de la soberanía nacional, representa el avance de los planteamientos retardatarios, excluyentes, xenofobos, machistas y contrarios a la igualdad de todas las personas, consagrada en la Constitución, cuyo 41 aniversario concita, un año más, unas opiniones de los políticos muy similares a las que pudieran dar sobre la Coca-cola. Unos dicen que lo que funciona no se cambia, otros la quieren latih, otros cero, algunos con ginebra, otros con whisky, varios con vodka y algunos con vino de la tierra (calimocho). De todo lo cual resulta un colocón.

La colocación del peón ultraico en la Mesa del Congreso servirá para recordar de un modo permanente de donde salió Vox y adonde ha de volver. El resucitado Gil Lázaro no es un desconocido en el Congreso, donde fungió como diputado del PP desde 1982 hasta finales de 2011, en que Mariano Rajoy y su equipo electoral le apearon de la lista de Valencia. Rajoy quería centrar el partido y aquel Gil Lázaro chirriaba más que una bisagra oxidada del viejo edificio fraguista que el propio Rajoy había contribuido a renovar.

A Gil Lázaro lo descubrió Fraga en Valencia. “¿Quién es ese chico que habla tan bien?”, preguntó el patrón al comprobar que utilizaba una oratoria toni-tonante muy similar a la suya, aunque con menos erudición. Le informaron de su filiación y Fraga ordenó: “Que lo pongan”. Y desde entonces se convirtió en “diputado permanente” y fue secretario tercero y primero de la Mesa del Congreso. Una especie de Villalobos, pero sin pelo.

Lo que fastidió políticamente a este hombre fue que ETA abandonara su actividad, pues se empeño en sojuzgar, juzgar y encarcelar a Alfredo Pérez Rubalcaba (ya fallecido), al que siguió acusando nada menos que de “cómplice” de la banda terrorista tres años después de que ésta dejara de matar. Gil Lázaro y otros correligionarios como Jaime Mayor Oreja se quedaron sin discurso cuando ETA renunció al terrorismo y aceptó la vía política. Rajoy y la mayoría del PP entendieron con esfuerzo, la nueva situación. Pero ellos no. Ahora Lázaro ha resucitado, no sólo como vividor del Presupuesto público, sino, lo que es peor, como producto de un tiempo del cual algunos no quieren separarse. ¿Por qué?

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