Pánico sindical

13/12/2019

Hernando F. Calleja.

Cada vez que oyen la palabra reforma entran en modo pánico, da igual el país del que se trate, dan igual las razones de las reformas, incluso si es el viento de la historia el que las hace obligatorias. En los viejos tiempos se llamaban a sí mismos la vanguardia obrera. Hoy son la parálisis y en algunos casos muy llamativos, la reacción. Son las organizaciones sindicales o sindicatos a secas.

Da lo mismo la reforma de la que se trate. En Francia, la reacción a los planes gubernamentales para acabar con el caótico y ruinoso sistema de pensiones ha sido tremenda, sobre todo porque, cuando se han producido las movilizaciones, no se conocía el contenido concreto de las mismas. Reacción preventiva, que se llama. Da igual que en el país vecino existan 42 regímenes distintos de pensiones públicas, que encubren privilegios ancestrales. Da igual que alguna de ellas tenga su origen en pleno absolutismo de Luis XIV. La obstrucción al cambio no atiende a razones.

En el paroxismo de la indignación sindical, Philippe Martínez, exclama ¡habrá que trabajar más tiempo!, en el país de las 35 horas semanales y la edad de jubilación de 62 años. El líder de la otrora poderosa CGT, que debería pensarse su retirada, después de perder la iniciativa y ver desbordada su capacidad ante el confuso movimiento de los chalecos amarillos, no plantea negociación alguna. Su única propuesta es mantener las movilizaciones, incluso antes de la aprobación de la reforma por el Ejecutivo y su subsiguiente debate parlamentario. Y las movilizaciones tienen como force de frappe a los ferroviarios y funcionarios, que son otro de los sectores privilegiados con el régimen actual.

Lo de Francia, con su fragor, no es exclusivo. El sindicalismo reaccionario está también instalado en España, donde, además, goza de un predicamento institucional insólito, también de la mano de la patronal, manteniendo de facto el verticato. Ahora que, con motivo de la cumbre del clima, no queda nadie que no se confiese ecologista de toda la vida, tenemos ¡todavía! reacciones airadas y marchas en contra del cierre de las térmicas de carbón, por citar un caso.

Hace más de veinte años me invitaron a mi tierra, León, a dar una conferencia sobre el futuro económico de la provincia. Yo creía que querían que hablase sobre el futuro, pero en cuanto dije desde el atril, que era imprescindible plantearse “el cierre ordenado de las minas” (perdón la autocita, es imprescindible) la bronca que se organizó en el patio de butacas del salón de actos fue de alto voltaje. Los organizadores me hicieron señas para que diera por acabada la conferencia y así lo hice. En la calle, pese a que la policía municipal me cubría, como uno es espigado, me llegaron algunos escupitajos. De los insultos, pongan ustedes todos los que quieran entre los de uso común. Los organizadores, abochornados me pidieron toda clase de disculpas y desaparecieron rápidamente.

El movimiento sindical está sin brújula y no quiero ni pensar cómo van a reaccionar sus restos ante los fenómenos de la digitalización, la robotización intensiva, la globalización imparable, con nuevas exigencias de competitividad y formación… Y eso, sin entrar en los severos problemas de corrupción, falta de ejemplaridad y carencia absoluta de transparencia, que no son el asunto de hoy.

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