Un susurro precede la entrada del gorrón: “cuidado con las carteras”. La fábula es conocida. El gorrón se acerca al nuevo e inadvertido parroquiano. ¿Ha venido Tomas?, le pregunta. ¿Qué Tomas?, responde éste. Pues mira, un brandy Gran Duque de Alba, gracias. Los parroquianos se ríen. El tacaño ha vuelto a salirse con la suya. Más agarrado que una alcachofa, algunos le llaman Catalón, superlativo de catalán.
Sirva la escena para la sesión de investidura programada el sábado 4, el domingo 5 y el martes 7 de enero de este 2020 bisiesto que acabamos de estrenar. En estos pagos ya nos conocemos todos, y no está de más recordar que entre la factura y la fractura, aquel señor de Pontevedra y sus gurtélidos se tomaron a la ligera al gorrón de Mas, que como su apellido y el de Pujol indica, eran insaciables y no entendían la crisis. Eligieron la fractura. Y la empujaron.
Ahora el candidato a la jefatura del Gobierno, el quinésico de Pozuelo de Alarcón, se muestra encantado de optar por la factura, y de hacerlo cuanto antes, en el primer fin de semana disponible. Aunque la aritmética obliga, el de Pozuelo y su socio de Galapagar saben que siempre es mejor restañar que añadir óxido y disolvente a la fractura. Pero también deben saber que el estaño es caro y que los sucesores y arrimados de la oposición interna al defenestrado de Pontevedra pedirán cuentas por la factura.
Después del sopapo judicial europeo a las operaciones orquestales del Supremo, ignorante cruel y sañudo del “indubio pro reo”, parece tan claro el fracaso judicial para resolver un problema político que cualquier tribuno de derechas con dos dedos de frente se abstendrá de hurgar en la procelosa materia, so pena de salir trasquilado. Por cierto, que al amparo de ese principio legal universal, Oriol Junqueras no debería permanecer ni un minuto más entre rejas.
Cabe intuir entonces que el “cuidado con la cartera” se convertirá en el eje del discurso contra el programa de gobierno de los mozos de la sierra de Madrid. Díganlo más claro o más oscuro, siguiendo las consignas de la CEOE o de otros lobys empresariales con piel de cordero, la preocupación primera y principal de las derechas, de suyo fundadas y fundamentadas en la ética del dividendo, pasa por seguir acumulando beneficios como sea sin pagar los impuestos que gravan al trabajo, ni mucho menos. Y esa preocupación es doble: la factura catalana por un lado y la izquierda social en el Gobierno por otro. ¡Por Júpiter, no! Preparémonos para las soflamas sobre el pánico y la ruina.
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