En las pasadas fiestas navideñas ha sido habitual ver en los medios de comunicación, especialmente en la prensa deportiva o del corazón. Famosos visitando los hospitales y haciendo de reyes magos. Es de agradecer que en estas entrañables fechas de acuerden de los que sufren.

Nada es más gratificante que arrancar una sonrisa o una risotada a un niño, especialmente si vive entre inyección e inyección a la espera de un quirófano o reponiéndose de una operación. Por ello me parece especialmente entrañable la labor que grupos de payasos que de una forma anónima destinan parte de su tiempo, durante todo el año, invirtiendo parte de su tiempo y de su arte en hacer más soportable el dolor de los niños y, por extensión, tratando de aliviar la angustia de sus familiares.

Una payasa me comentaba la satisfacción por realizar estas visitas aunque reconocía que con mucha frecuencia tenía que hacer de tripas corazón para lograr distraer a los enfermos y que lo peor de este trabajo era cuando salía del centro sanitario y era consciente de los dramas con los que se habían encontrado. Estas lágrimas no le impedían que la mañana del sábado siguiente volverse a poner la nariz roja y la peluca y volver a pasearse por las habitaciones, con la esperanza de que si no encontraba a los amigos que había hecho la semana anterior fuera por que se habían ido a su casa y no a otro sitio-

También hay que destacar al grupo de payasos que invierte parte de su tiempo en visitar zonas de conflicto, campos de refugiados y hacer olvidar por unas horas la triste situación que sufren en su vida diaria.

Estos gestos de humanidad contrasta brutalmente con el espectáculo que algunos nos han obsequiado en la sesión de investidura del Congreso. Por ello quiero rendir homenaje a la labor que hacen los payasos y reclamar que no confundan la respetable profesión de payaso con los que se dedican a hacer payasadas-