No recuerdo muchos veranos así. A la situación de los mercados hay que sumar todo el movimiento de protestas que recorre el mundo. Ya no son sólo los jóvenes. En las marchas de protesta se ven cada vez más mayores, maduros y ancianos que unen su voz a las de millones de jóvenes que piden una sociedad distinta.
En Israel, en Chile, en Italia, en España… Y no quiero mezclar los sucesos que se registran en el Reino Unido, aunque en el fondo esté latiendo un descontento que tiene sus raíces en la pérdida de derechos sociales.
Nos decían hace unos meses (¿unos años?) que la situación de los mercados requería de un cambio basado en los recortes sociales que los ciudadanos del mundo habían ido consiguiendo. Si esos recortes se aceptaban, la economía mejoraría y aumentaría el empleo y los vaivenes de los mercados cesarían.
Pero no ha sido así. Se han llevado a cabo recortes brutales en pensiones, en salarios, en protección sanitaria… Y poco ha cambiado. Porque es el sistema el que está enfermo. Los mercados se mueven al rebufo de la especulación, de gentes y entidades que se mueven buscando el beneficio fácil, el rápido enriquecimiento.
No hay leyes contra una especulación que mueve el dinero sin fronteras. No hay leyes capaces de frenar la ola especulativa que mueve el mundo. Se arruina a países enteros, se hunden bancos, se estrangula a los trabajadores. El trabajo no tiene valor y el dinero adquiere precios imposibles. Mientras en África se muere de hambre a la vez que se dice y se sabe que el mundo es capaz de alimentar de sobra a todos sus habitantes.
Es un verano de plomo el que nos toca sufrir. Las bolsas, el templo de la especulación y la riqueza, se desploma. Y se pide todavía que se recorten beneficios y salarios. Unos salarios que en nuestro país sobrepasa muy poco o no llega a los mil euros. Terrible verano éste cuando nos anuncian que en esta década seguirá el empobrecimiento y la especulación. Cuando aún no hay salida. Cuando miles de jóvenes en todo el mundo piden un futuro que no cuenta con ellos.
Me vienen a la cabeza unos viejos e irónicos versos de aquellos años de dictadura:
Pan, las mujeres pedían
pan los hombres clamaban.
Llegó la policía
y hubo pam, pam, pam hasta la madrugada.
Que Dios nos pille confesados.
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