¡Malditos recuerdos!

17/01/2020

Miguel Ángel Valero. "Nunca fuimos héroes", de Fernando Benzo, es mucho más que una novela policiaca sobre el terrorismo en España, y sobre cómo se le combatió, porque también es una profunda reflexión sobre la insoportable carga del pasado y de la culpa.

«Nunca fuimos héroes» (Planeta, 412 páginas), la última novela de Fernando Benzo, exsecretario de Estado de Cultura y actual consejero delegado de Madrid Destino, Cultura, Turismo y Negocio, es una absorbente novela policiaca y, al mismo tiempo, un interesantísimo y trepidante recorrido por el drama del terrorismo y el combate, con sus luces y sus sombras, contra esa lacra que ha derramado tanta sangre en España.

La trama es sencilla: Gabo, que ha dedicado toda su carrera a luchar contra el terrorismo, vuelve a encontrarse con Harri (piedra, en euskera), un terrorista de ETA del que llevaba 20 años sin saber nada. La angustiosa investigación, extraoficial por supuesto, lleva al excomisario al mundo del narcotráfico, del narcoterrorismo colombiano, y al yihadismo.

«Ninguna idea política, ninguna causa, ninguna religión triunfará o se impondrá o alcanzará ninguno de sus propósitos si utiliza el camino del terrorismo», proclama uno de los personajes

Pero el combate del excomisario con el terrorista que le obsesiona supone resucitar fantasmas del pasado, los atentados, la labor policial, la suerte, la guerra sucia, los muertos, el amor perdido.

Porque «Nunca fuimos hérores» es, además de una novela policiaca sobre el terrorismo, una profunda reflexión sobre el peso del pasado. «¡Malditos recuerdos!», grita el protagonista en un momento de la novela. Porque descubre que «pensaba demasiado en el pasado», cuando es «una pérdida de tiempo».

«El pasado está demasiado lejos para acordarse de él», le replica su contrapunto femenino. Pero Gabo vuelve una y otra vez «a las más oscuras de las sombras, a aquel rincón oscuro, frío, doloroso que su memoria trataba siempre en vano de esquivar». A los «recuerdos que ahogaban, daba igual si eran de los felices o de los tristes». Pese a que «la nostalgia nunca era una buena compañera».

Gabo sueña con una vida «con los fantasmas encerrados en un cajón y los odios del pasado puestos a secar al sol junto a la colada de la semana«.

Es una obra sobre la culpa, «una vez que se instala dentro de uno, se queda ahí para siempre, infectándolo todo, carcoma del alma, termita del corazón, siempre con hambre». Una culpa que es «la peor compañera de los días sin luz y de las largas noches sin sueño».

«La única herencia que te has dejado a ti mismo son tus propios actos, cada una de las decisiones que tomaste, la certeza incuestionable que es tu propio pasado», cuando «no hay nada peor que rechazar tu propio pasado, mirar atrás y ver solo equivocaciones, pasos en falso, dudas, caminos que no te llevaron a ninguna parte». Y se descubre que «da igual lo que te encuentres al mirar atrás», porque «lo único que no debe hacer uno nunca es arrepentirse». Todo lo contrario: «Acepta tu herencia. Acepta cada decisión que tomaste, las buenas y las malas, porque todas ellas forman el patrimonio de la sabiduría que has ido acumulando».

Y sobre la lealtad, que «te impulsa a querer ser un héroe», pero no siempre es bien interpretada.  Y sobre la información, «una sustancia tan valiosa como la más sofisticadas de las drogas». Y sobre la historia, sobre quiénes son los buenos y quiénes los malos. Porque «la única diferencia está en quién es la voz que nos cuenta la historia»

También es una crítica a los políticos, que buscan «éxitos inmediatos y seguros», pero «nada de trabajar a largo plazo, y mucho menos correr riegos», porque «a algunos, un mal titular les dolía más que el abrazo de un niño huérfano». Y a las nuevas generaciones de policías, que «solo saben buscar yihadistas por Internet».

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