De la credibilidad perdida

25/01/2020

J.M. Miner Liceaga.

En alguna que otra emisora de televisión llevan echando mano de la hemeroteca desde hace unas cuantas semanas y en sus respectivos programas han puesto de manifiesto que mientras la mayoría silenciosa  -muchas veces por la reiteración- tomaba nota de las contradicciones en que incurría parte del elenco político, la minoría política, erre que erre, se empecinaba en poner el blanco sobre el negro o el negro sobre el blanco como el que se bebe un vaso de agua con algo de sed. Ha sonado y suena a tomadura de pelo o a falta de preparación y de coherencia política y hasta personal. Algunos políticos, de uno y otro lado, parecen tener asesores que, o no se enteran de nada, o sencillamente quieren hundir a sus propios jefes en la mayor de la miserias, o, tal vez, sencillamente, se ajustan al guión marcado por la superioridad.

No se entiende muy bien, porque en una y otra parcela del espectro político este tipo de cuestiones se han tenido siempre bastante en cuenta menos ahora, que a los protagonistas de esta interesante película a la que asistimos los hispanos con pantalla en cinemascope incluida, no se entiende digo que se contradigan en sus afirmaciones casi de un hoy para un mañana.

Lo que igual antaño hubiera sido motivo de una fulminante sustitución, hoy constituye un recreo en el que se apuesta para ver quien es el que cuenta las historietas más jocosas, o más disparatadas, o más contrarias a lo que se había dicho dos meses antes.

¿Será acaso que la palabra ha perdido credibilidad y honorabilidad en poco tiempo? ¿Afectará lo del cambio climático a las neuronas de los que pretenden llevar las riendas de un país? ¿O será que al actuar, siempre en referencia a algunos políticos, que no todos, porque no todos pueden hablar, ellos, los políticos por igual, mantienen que la contradicción que practican es la norma a  seguir pero sin ningún tipo de rubor? ¿O será que el mal de altura obnubila las mentes más preclaras y ni se dan cuenta de lo que dicen? ¿O es que no les importa lo más mínimo que ayer dijeran rojo y hoy lo ven todo de color rosa? ¿Se habrán vuelto daltónicos casi de repente, en cuestión de semanas o de meses? Su credibilidad, ciertamente, está casi a ras de suelo.

Uno puede preguntarse dónde ha quedado el sentido común. Pero también puede colegirse que no importa bajar de nivel después de haber cobrado cierta altura o mucha altura o la máxima altura. Y lo peor, al entender de no pocos, es que tal actitud se mantiene en el tiempo y que casi se da como pauta general que después de alcanzar un ocho mil se puede marcar uno el farol al añadir que lo ha realizado de una sentada, sin oxigeno supletorio y en mangas de camisa.

Las buenas almas desean siempre que el yate navegue por la mar con una bonanza que permita disfrutar de los cielos estrellados en noches de ensueño y que al alba se pueda observar la salida del astro rey hasta que alcance su máxima plenitud… Para cualquier cuento de hadas igual encaja lo dicho. La realidad, en cambio, deja adivinar algún que otro nubarrón que jalonará sin duda no solo las vidas de los ciudadanos sino, sobre todo, las de los mandatarios políticos si continúan esforzándose en contarnos argumentos dispares así que pasen un par de semanas.

De continuar como hasta ahora, algunas emisoras de televisión, con toda razón, mantendrán a cielo abierto toda la carnaza que los políticos -algunos políticos, con perdón- muestran en el escenario, para su propia gloria y gratitud por parte de los espectadores. En la calle la verosimilitud de sus palabras, la de algunos políticos, de un lado y de otro, por supuesto, decrece como la fiebre después de un antipirético. En la taberna, los más ingeniosos, entre risa y sonrisa, beben para olvidar.

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