El bolsillo y las cosas de comer

13/02/2020

José María Triper.

Mientras algunos barones y ex altos cargos socialistas empiezan a alertar ya de que la protesta del campo es sólo la punta del iceberg del hartazgo de la España interior y una bomba de espoleta retardad que amenaza directamente a La Moncloa, donde “ni les importa, ni se enteran”. El Gobierno socialpopulista del tándem Sánchez-Iglesias hacía público un cuadro macroeconómico revisado que reduce el crecimiento, dispara el gasto, renuncia al equilibrio presupuestario y frena la creación de empleo, ante la pasividad y la ignorancia de la oposición, más preocupada por Venezuela o la eutanasia, como en su momento entró a los trapos del pin parental o del franquismo.

Asuntos estos que afectan más a la libertad de conciencia que a la gestión política, y evidentemente ajenos a lo que realmente interesa a una ciudadanía a la que lo único que le mueve y le preocupa es “el bolsillo y las cosas de comer”, hoy seriamente amenazados por este escenario económico revisado que, a priori, sólo anticipa menos actividad económica, caída de inversiones, mayor endeudamiento, aumento del gasto, más impuestos y más paro, además de volver a colocarnos a las puertas de ese procedimiento de déficit excesivo con el que la Comisión Europea castiga a los países incumplidores por el despropósito de sus gobiernos.

Si vamos a gastar un 3,8 por ciento más, creciendo menos, ya podemos empezar los españolitos de a pie a apretarse el cinturón y a sufrir un nuevo “atraco” fiscal para pagar el derroche de gasto improductivo, los favores a los nacionalistas e independentistas y la orgía de cargos públicos en un gobierno cuya prioridad ha sido y es hacer suyas esas palabras de Iñigo Errejón cuando aterrizaron en el Ayuntamiento de Madrid, instando a colocar a los amigos cuanto antes para cuando toque volver a ser oposición. Esa es su urgencia y su objetivo, que paga el pueblo y ellos ya son casta.

Y qué decir del desempleo. El Gobierno admite ya que la creación de puestos de trabajo sólo crecerá el 1,4 por ciento, casi un punto por debajo del 2,3 por ciento de 2019. Un objetivo que a pesar de su pobreza entra más en el terreno de la ficción que de la lógica, sobre todo teniendo en cuenta que la economía española nunca ha creado empleo con tasas de crecimiento de la economía inferiores al 2 por ciento, salvo con la reforma laboral de 2012, la misma que este gabinete pretende derogar, movido más por inquinas ideológicas que por la sensatez.

Un escenario que reconoce ya una recesión mayor de la esperada y que a sus efectos perniciosos sobre el crecimiento y el empleo añade también la amenaza cierta de una mayor desigualdad entre los territorios del Estado. Son casi nueve de españoles que viven en Castilla La Mancha, Castilla y León, Extremadura, La Rioja, Murcia y Aragón, los que asisten ya entre perplejos e indignados a esta entrega de recursos y prebendas a los independentistas, catalanes y del País Vasco -acrecentadas de cara a los comicios anunciados- y que se debaten entre mantenerse en el silencio resignado o seguir el ejemplo de sus vecinos del campo, conscientes de que este Gobierno que ni teme ni respeta a una oposición minimizada ni a las críticas fundadas de los medios de comunicación independientes, neutralizados por las televisiones sumisas que domina, si tiene pánico a la calle como demuestra la rápida reacción, al menos de palabra, a la revuelta de los agricultores.

Aunque bien harán en no fiarse porque ya dice la sabiduría popular que obras son amores y si en algo se ha demostrado maestro este Gobierno del sanchismo es en asumir y practicar esa máxima que se atribuye al gran cínico que fue Tierno Galván, de que las promesas “se hacen para no cumplirlas”.

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