Ya dice la sabiduría popular que el matrimonio es una carga tan pesada que hay que llevarla, por lo menos, entre tres. Toni Gasa, periodista y director de comunicación en el sector de la moda y el lujo, aporta su peculiar versión de esta idea en «Tormenta de verano» (Milenio, 183 páginas), que no tiene nada que ver con la obra de Juan García Hortelano.

Todo comienza cuando Carlo regresa a Barcelona tras la muerta de su madre. Su mejor amigo, Miguel, y su mujer, Victoria, un amor de juventud que provoca su marcha a Berlín, acuden al tanatorio para consolarlo.

El reencuentro desemboca en que Carlo pasa con la pareja, que no atraviesa por su mejor momento y que cuenta con una hija, en el Empordá. La llegada de éste supone un estímulo a su rutina, pero también el principio del fin.

Lo expresa mejor que nadie la protagonista: «Cuando me separo de él, lo echo tanto de menos como me devoran los remordimentos».

«Notaba como una garra quisiera arrancarle las entrañas, el dolor la dejaba sin aliento, pero era incapaz de llorar. Las lágrimas ya se le habían secado». Porque «se había entregado entera y el salto sin red había terminado en los infiernos», «había manejado su voluntad como un hechicero, se había adueñado de sus sentimientos y los había llevado al límite hasta destruirla».

Lo dice, de otra manera, Luis Rosales en «La casa entera»: «El amor es eterno mientras dura». Luego queda el desgarro, el dolor, la ruptura, el daño.