El campo, por fin, alza la voz

21/02/2020

Maite Vázquez del Río.

Sin prisa, pero sin pausa. Los agricultores y ganaderos españoles, por fin, hablan con la misma voz desde todos los rincones del país. Manifestaciones, concentraciones, tractoradas, cortes de carretera… todo lo necesario para que se les escuche, para que se oigan sus miserias y se les de una solución. Y durante los días, semanas y meses que sean necesarios… hasta que se encuentren soluciones.

Reciben una de las partidas más cuantiosa de las ayudas europeas, que también ahora amenazan con recortarles. En total, la propuesta de la UE habla de un recorte para España de 925 millones anuales hasta 2027. Y las necesitan porque hay demasiados intrusos en el sector que viven de su trabajo y sacrificio para llevarse los márgenes que a ellos les niegan.

Llevan décadas hablando por lo bajo, en sus encuentros sin micrófonos ni focos, en los bares del pueblo, donde compran sus semillas y abonos o en sus cooperativas. ¿Qué es más caro? ¿Comprar una tierra, comprar semillas, plantarlas, regarlas, recoger el fruto o transportarlo, colocarlo y venderlo en los puestos de fruterías o supermercados? Un recorrido que encarece en exceso el producto recolectado que luego pagan los consumidores. ¿Quién lo paga? El agricultor o ganadero y el consumidor. Los intermediarios y los vendedores que juegan con los márgenes son los beneficiados.

Y luego se habla de la España vaciada, ésa que precisamente es en la que habitan los agricultores que antes o después se ven obligados a abandonar la azada, su hogar y su tierra en busca del futuro que el campo les niega. No es casual que la España vaciada es en la que se asentaban principalmente los agricultores.

Y ahora, por fin, en 2020, les ha llegado el momento de dejarse ver y escuchar. Ya iba siendo hora. Justo cuando más se está hablando del cambio climático, de que es más caro todo lo que lleva la etiqueta «ecológico», que los mercados tienen cada vez menos fronteras, que es más fácil exportar, que los medios de transporte son más rápidos… cuando todo parece indicar que se cuida más la alimentación y que el acceso a todo parece más asequible, lo cierto es que nuevas circunstancias y actores en la cadena alimentaria han venido a encarecer lo que lleva casi una década sin apenas variar sus precios. ¿Qué tiene que ver el agricultor con la implantación de las grandes cadenas de distribución, con la venta a pérdidas, con las guerras comerciales si hasta ahora lo único que le preocupaba era tener una buena cosecha y que el tiempo fuera clemente?

A estos nuevos actores habría que agregar circunstancias como las mejoras salariales, la competencia de los países emergentes, la compra de tierras por parte de fondos de inversión, la especulación en los mercados de futuro, la aparición de las nuevas tecnologías… y sin olvidar el envejecimiento de la población unida a la dificultad de los jóvenes, que con más conocimientos y preparación no ven posible continuar con las tierras de sus padres o quedarse a vivir en lugares donde apenas si hay vecinos… y surgen todo tipo de animalistas o consumidores más que exigentes en la forma de producir y recolectar.

Lo curioso de todo es que el sector primario fue el primero en aparecer y es vital para que los seres humanos podamos vivir. Los políticos y expertos, hasta ahora, no hablan de sus problemas sino de si habrá suficiente comida para una población mundial cada vez mayor. El ingreso en la UE sirvió para delimitar producciones y hasta arrancar viñedos u olivos a cambio de un dinero en forma de ayudas cada vez más menguante… unas políticas agrarias puestas en entredicho una y otra vez que más que favorecer al cambio parece ponerle puertas al campo. Unas puertas que se agrandan con epidemias y aparición de nuevas enfermedades vinculadas a cerdos, aves…
¿Cómo no entender todas sus protestas? El sentido común nos dice que nuestros agricultores no son tratados de forma justa. Ni por el resto de los actores de la cadena alimentaria ni por los políticos y sus políticas agrarias nacionales y comunitarias. Ni son justas ni suficientes. En juego está el futuro del campo y, a la postre, de cómo vamos a alimentarnos porque muchos están dispuestos a tirar la toalla si no cambia su precaria y penosa situación. Algunos hasta prefieren tirar sus productos a las carreteras que venderlas. La diferencia no es mucha. Y en juego también están nuestros paisajes, el cuidado de nuestro campo y poblaciones rurales. ¿Dónde están las soluciones?

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