Actitudes y conductas

18/03/2020

Hernando F. Calleja.

La actual crisis sanitaria genera muchos tipos de tensiones, individuales y colectivas. Observo en algunas redes sociales lo refractarios que son algunos individuos a cambiar su opinión inicial sobre las conductas de los políticos, independientemente de lo que hagan o digan. Incluso escarban en los discursos para justificar su inmovilismo, magnificando cuestiones nimias y de contexto sobre el discurso general o viceversa.

A primera vista y con un universo de observación reducido a los amigos que tengo en facebook, por lo tanto muy poco significativo, si extraigo la sensación de que en la crisis, los líderes políticos carecen de dotes de persuasión o, por mejor decirlo, los discursos de los políticos son un fracaso de persuasión.

Si abrimos el objetivo a un universo aún más aleatorio, la gente de mi barrio, sí que parece haberse dejado persuadir por el discurso político, al menos en lo que resulta eficaz para contener el virus. No hay movimiento en las calles, salvo de personas apresuradas, como cuando empieza una tormenta de lluvia. Es gente que se ha dejado persuadir por los discursos y las advertencias (en grado diferente, más o menos coercitivo). Y han adaptado sus actitudes y luego sus conductas a las proclamas de los políticos y a las exigencias de los expertos.

Y aquí entramos en el terreno de las actitudes y lo primero que hay que señalar es que las actitudes no son mensurables y van por delante de las conductas. Los políticos (y en este caso los expertos, convertidos en autoridad) pueden modificar las actitudes mediante la persuasión. Si el individuo está dispuesto a recibir los mensajes sin prejuicios (políticos, morales, económicos…) la capacidad de persuasión será mucho más elevada. Si los prejuicios hacen una lectura con su sesgo de esos mensajes, la persuasión se debilita.

Partimos de la base, no siempre cierta, de que los mensajes persuasivos están bien elaborados, lo que es mucho decir. Por ejemplo, se considera que la repetición contumaz del mensaje es eficaz, sin embargo, los estudios empíricos demuestran que con un mismo universo receptor, a las pocas repeticiones, el individuo se desentiende de todo el mensaje, lo digiere como un simple eslogan. (Creo que es una reflexión pertinente en la situación actual).

Pongamos que la gente mal que bien, se conduce como le piden y no, desde luego, porque le amenacen con multas, sino porque acepta que poner en peligro a los demás es la contrafaz de ponerse en peligro ellos mismos. Es decir, la conveniencia propia es inseparable de la conveniencia colectiva y sus conductas se adaptan a este contexto. Otra cosa es lo que piensen de la competencia de los prescriptores de esas actitudes y de la eficacia que éstas puedan tener para adaptar las conductas al objetivo final.

Pasando de las musas al teatro, me atrevo a pedir a los líderes de la lucha contra el virus que sean persuasivos, que intenten diluir los prejuicios, mediante la comprensión de todas las actitudes. Y me atrevo a pedir a la gente, incluido, por supuesto, yo mismo, que nuestras actitudes y nuestras conductas se acompasen y vayan juntas, por el bien de nuestra salud, física y mental. Lo pide la razón práctica.

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