Viaje para el otoño

10/11/2010

Daniel Serrano.

“Como un extranjero/ no siento ataduras/del sentimiento…” Así definía Franco Battiato la esencia última del alma nómada, siempre en tránsito con la única añoranza de lo venidero. O ese placer indefinible que proporciona saberse solo en medio de ninguna parte. Paul Theroux conoce bien de lo que estamos hablando. Lo expresa a la perfección en su último libro Tren fantasma a la Estrella de Oriente, que es el regreso a un viaje del pasado, el que un Theroux 30 años más joven hizo para construir una de sus primeras obras: El gran bazar del ferrocarril. Miles de kilómetros de Londres a Tokyo pasando por India, Turquía, Azerbayán, Vietnam, Camboya… Medio planeta en su mayor parte recorrido en vagón de ferrocarril. Porque un viajero a quien no fascine el ferrocarril no es un verdadero viajero ( “los aviones distorsionan el tiempo y el espacio“ Theroux dixit).

Una gran aventura que, sin embargo (y al contrario de lo que se estila en tantos pelmazos de los que abundan en el mundo viajero), Theroux emprende sin solemnidad alguna. Escribe que, en realidad, el viaje (incluso el más arriesgado) es una forma secreta de cultivar la pereza: “Viajar no es sólo cuestión de estar por completo desocupado, sino también una compleja y mendicante forma de evasión, que nos permite llamar la atención sobre nosotros mismos por medio de una llamativa ausencia.” En el fondo, el viajero, sostiene Theroux, es también un vanidoso incorregible, siempre en pos del protagonismo que le da ser extraño en cualquier parte: “He aquí por qué resulta la peor pesadilla del viajero no tanto la policía secreta, ni los brujos y curanderos, ni la malaria, sino la sola idea de toparse con otro viajero”.

Bueno, y con ese ánimo, emprende su viaje Paul Theroux y a lo largo de casi 700 páginas nos traza el dibujo de un periplo bellísimo, donde el mundo se nos presenta en toda su complejidad, cada vez más pequeño pero siempre tan repleto de sorpresas. Y siempre presente, la inevitable comparación acerca de lo que hace 30 años vio el joven Theroux. En el caso de India, por ejemplo, un país permanentemente convulso y cambiante, emergente como potencia tecnológica y, sin embargo, todavía exactamente igual a sí mismo, con los mismos leprosos alfombrando el suelo de las estaciones de tren y la misma masa campesina detenida un poco más acá de la Edad Media.

Y otra cosa más que seduce de Tren fantasma de la Estrella de Oriente (y de la literatura de viajes que habitualmente practica Theroux ): el rechazo radical a ese ejercicio de embellecimiento tan propio de ciertos autores (“un paisaje como la arena de cajón que defeca un gato” ve el autor en Turkmenistán) y la carencia absoluta de complacencia con el país visitado. Theroux es cortés pero firme: valga como muestra la demoledora crítica que hace de Singapur, lo más parecido a la dictadura perfecta (y en esa crítica, en Singapur y en otros países, nunca se excluye a los nativos como responsables del país que habitan).

Aunque, de verdad, lo que predomina en este libro es el amor por el prójimo: la constatación permanente de que por el mundo deambulan, en general, personas buenas.

Y en el trayecto, una querencia especial del autor por la India. Se percibe un cariño fascinado por ese complejísimo crisol. Así lo expresó en los relatos de Elefanta Suite, también recomendabilísimo libro, también un excelente viaje de otoño como este que aquí comentamos.
En fin, un gran texto con el que emprender el tránsito por este otoño en Madrid hacia principios del siglo XXI. ¿Hay algo mejor que un buen libro de viajes para una tarde lluviosa? Bueno, sí, sofá y tele y dos debajo de una manta, pero esa es otra historia (sniff) y bien triste. Bromas aparte, lean ustedes y gocen Tren fantasma a la Estrella de Oriente.

Y, para finalizar, otra canción: “Ya sólo me queda/la vacía pena/del viajero que regresa”. Lo escribió mi hermano Ismael a la vuelta de aquellos intenrraíles que no volverán y en los que, al modo de Theroux, indagábamos sobre nosotros mismos soñando en tierra extraña, en la oscuridad de la noche, escuchando el viento tras las ventanillas de un tren detenido, a oscuras, en un lugar sin nombre a medio camino entre Occidente y Oriente.

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2 pensamientos en “Viaje para el otoño

  1. Ayer, mientras leía tu reseña viajaba en tren. Quizás por eso lo que cuentas sobre se volvió tan apetecible. El tren es sin duda el vehículo más idóneo para vivir historias, la lentitud de sus movimientos se presta a convertir en protagonista a quien va leyendo acogido por su cuerpo metálico. Me apunto la lectura y el autor. Gracias por la recomendación y por esa «banda sonora» con que inicias y terminas el texto y que tan bien delimita el poder del libro.
    Saludos cordiales.

  2. En tren me acercó a Paris, y me trasladó a Lisboa. El tren tomo, cada mañana para ir a trabajar. A veces me subo al tren en sábado, para acudir a una cita con el compromiso. Andando se hace el camino, y en el tren va la liquidez de mi vida.

    Así, día a día, durante 30 minutos, tras saltar la tapia, ejerzo mi derecho a la pereza, mientras viajo. Algunas veces ejercito el noble arte del derecho a la nostalgia. Y así, mientras todos duermen me evado y “viajo” a esos otros mundos, también posibles y cada día más necesarios. Cada día soy una forastera en tierras cercanas.

    Y al ir a dormir, también suelo escuchar los sonidos del tren, que me llevan -en sueños- por otros lugares también soñados.

    El otoño es mi época favorita, cuando todo cambia, suavemente, y a veces, un pequeño ciclón de mariposas, decide enredarse entre los cabellos.

    Salud. Madrid me espera mañana.

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