La industria petrolera de Estados Unidos, en especial la que utiliza sistemas no convencionales para la extracción de crudo (fracking, que basa su producción en liberar los hidrocarburos almacenados en las rocas de esquisto) está en estado de alarma por la histórica caída de los precios de esta materia prima, a raíz de la crisis de consumo provocada por el coronavirus y la guerra de precios desatada entre Arabia y Rusia.

Estas empresas precisan de un nivel más alto de precios para cubrir costes, pese a que los avances de los últimos años hayan hecho más eficaz la tecnología. Sin percibirse la luz detrás del túnel, medios del sector señalan que decenas de empresas están abocadas a la quiebra, especialmente las más pequeñas, aunque en general se trata de compañías muy endeudadas y marcadas por sus elevados planes de inversión. Además es considerado como un área estratégica: ha devuelto a Estados Unidos a la zona de liderazgo mundial de producción´y exportación, manteniendo además reservas y yacimientos sin tocar, decisión que se tomó en el momento álgido del embargo árabe.

Las petroleras en su conjunto tienen una elevada capacidad de presión en Estados Unidos, y más en un periodo preelectoral; y están dispuestas a ejercerla. Se trata, asimismo, de compañías que han sido generosas con el presidente del país, Donald Trump, con sus donaciones. En este contexto se están desarrollando negociaciones entre la Casa Blanca y los empresarios para arbitrar una salida, antes que el crudo baja a los 20 dólares el barril, como pronostica Goldman Sachs.