¿Hay que pedir responsabilidades penales al Gobierno?

01/04/2020

Carmela Díaz.

Estamos en guerra. Una contienda contemporánea que pasa ante nuestros ojos como una película de terror. La vida detrás de las ventanas nos sobrepasa y los muertos se apilan en morgues improvisadas. El virus que llegó desde China se contagia como en un apocalipsis zombi, tambalea la economía mundial, impide una despedida digna de los caídos e imposibilita el duelo que los familiares merecen.

Desde las trincheras contemplamos este combate horrorizados e impotentes, pero rodeados de comodidades: plataformas televisivas, hogares acogedores, dispositivos tecnológicos y despensas repletas. Para autocomplacernos lanzamos aplausos vespertinos desde nuestros refugios. Mientras, los héroes de este siglo -personal sanitario, cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, transportistas, cajeros, limpiadores…- carecen de medios: pelean sin apenas protección en el epicentro de la muerte para salvar a desconocidos, a rostros sin nombre. Y todavía les queda pundonor para celebrar homenajes espontáneos que conmueven y remueven. Entretanto, los que deberían capitanear el ejército de los vivos, cometen despropósitos que avergüenzan, demostrando su nula formación y una incapacidad manifiesta para liderar y solucionar. Incluso se vislumbran conatos de censura que no prosperarán: el ciberespacio no se deja confinar.

Mientras las pilas de fallecidos se acumulan y sus cuerpos son incinerados en soledad, los demás asistimos desesperanzados, atemorizados e indignados a esa falta de previsión e incapacidad de reacción. El titánico esfuerzo de médicos y sanitarios queda eclipsado por la ineptitud institucional. El Gobierno estaba al corriente del peligro de esta pandemia desde mucho antes de que la crisis les explotase, pero no actuaron a tiempo ni tomaron las medidas preventivas adecuadas que hubieran permitido evitar una propagación masiva.

Primaban los festivales ideológicos antes que la salud pública y los intereses partidistas frente al bienestar de los españoles. Donde ahora hay excusas, hace menos de veinte días todo era jolgorio y frivolidad. Donde ahora tenemos uno de los índices de mortalidad más altos del planeta, hace apenas tres semanas primaban pancartas, consignas y lucimiento virtual. Priorizar el circo y el radicalismo en lugar de proteger, nos ha llevado a ser uno de los países con más fallecidos y contagiados. Pero sin disculpas ni dimisiones ni atisbos de autocrítica.

La posguerra será espeluznante. Aterroriza tanto el futuro próximo como el presente. Cuando nos hayamos despedido de nuestros muertos tendremos que enfrentarnos a una crisis económica sin precedentes. La pérdida de vidas humanas es dramática e irreparable; pero los daños que se avecinan en la economía mantienen en jaque a padres de familia, trabajadores, pequeños empresarios y autónomos; ellos son, somos, las víctimas colaterales de esta cruzada del siglo XXI. Los que no han producido ni generado valor en su vida, desconocen que las empresas no pueden soportarlo todo.

Cuando dejemos atrás el estado de alarma habrá que exigir responsabilidades y valorar si las negligencias del Gobierno merecen una querella colectiva, si se han cometido delitos contra la salud pública. Mientras tanto, en el campo de batalla, se demuestra una vez más que la sociedad está muy por encima de sus políticos. Somos afortunados por pertenecer a este gran país que es España.

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