Reconstruyendo la libertad

24/04/2020

Maite Vázquez del Río.

Los niños ya tienen una hora de libertad diaria desde este domingo. A solo un kilómetro de casa, eso sí, y acompañados por un adulto y con muchas medidas, como mantener una distancia ideal de dos metros y todo tipo de precauciones higiénicas. Es una medio-libertad difícil de entener para los pequeños que apenas pueden entender lo que está pasando.

Si ya a los mayores nos resulta difícil calcular las distancias, moviéndonos a ojo de buen cubero cuando nos sumamos a la cola del supermercado, del estanco o la farmacia, cómo van los niños a calcular que van con su patinete o corren tras un balón los dos metros de separación que deben tener con otros niños que, como él, están haciendo lo mismo. Ni van a poder pelear por la pelota. Ahí está la labor de los padres, que en otros tiempos les dejaban campar a sus anchas desde en los parques a los restaurantes.

Pero esa hora ya es algo, es un mundo después de 40 días encerrados a cal y canto para esa generación de niños que desde esos poquitos años han aprendido a decir confinamiento, contagio, coronavirus, medidas higiénicas, medir distancias, no dar besos ni abrazos, faltar a la guardería y al colegio y poder disfrutar las 24 horas de sus padres. Poder ver más tele que nunca y jugar videojuegos casi sin límite, e ir a clase a través de la pantalla del ordenador. Y desde su pequeña estatura todo en casa, sin poder correr y saltar hasta agotarse, solo a medias…

Pero no podrán compartir su libertad más que con sus otros dos hermanos, si es que los tienen. Y si las autoridades hacen un poco la vista gorda, con otros dos amiguitos, aunque con el temor de sus padres, porque el miedo ahora se ha instalado en nuestra precaución para evitar ser contagiados.

Los mayores solo podemos salir a comprar lo necesario. Ahora los que tienen hijos también podrán disfrutar de esa hora aunque sea en su papel de «vigilantes». Los que no tenemos hijos, y ya no podemos pasar por niños, solo podemos esperar que pronto, a no muy tardar, también nos llegue a nosotros. Sabemos que la libertad de movimiento tardará unos meses en reconstruirse, e intuímos que después, nada volverá a ser como antes.

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