La atrocidad del olvido

08/05/2020

Miguel Ángel Valero. La búsqueda de los restos de Cervantes en el convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid, narrada en la obra editada por Tebar Flores, protagonizó "uno de los más interesantes episodios arqueológicos de este siglo".

Menos mal que el equipo de forenses, arqueólogos e historiadores (entre otras muchas profesiones) que durante cinco semanas buscó el féretro de Miguel de Cervantes en el Convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid hizo caso omiso a la advertencia que figura en la tumba de William Shakespeare (que murió pocos días después del genial escritor español) en la Iglesia de Holy Trinity en Stratford-upon-Avon (su localidad natal en Inglaterra).

En la inscripción de la tumba de Shakespeare se dice: «Bendito sea el hombre que respete estas piedras, y maldito el que remueva sus huesos».

Porque con la recuperación de los restos de Cervantes se cierra uno de los capítulos más vergonzantes de la historia de España. El autor de «El Quijote» nunca alcanzó la fama ni la riqueza de autores como Lope de Vega, enterrado muy cerca, en la iglesia de San Sebastián. No era una celebridad a principios del siglo XVV pese al éxito de su principal obra. Y fue enterrado gracias a la caridad de la orden Tercera Franciscana, la misma que pagó su rescate cuando fue apresado en Argel.

Hasta el siglo XVIII, gracias a Inglaterra, no se recuperó a Cervantes del sumidero de la Historia. Pero mientras se visitaba la tumba de Lope de Vega en Atocha, y en 2007 se descubría que Francisco de Quevedo descansaba definitivamente en la cripta de la iglesia de San Andrés Apóstol en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), los restos de nuestro literato más importante sufrían «la atrocidad de este olvido», como señala Andrés Trapiello en su «Miguel de Cervantes».

Para descubrir cómo se resolvió ese olvido tan atroz, la editorial Tebar Flores publica «Así buscamos a Cervantes: Crónica de la búsqueda y el hallazgo de los restos del autor del Quijote en el convento de las Trinitarias de Madrid» (306 páginas).

Las peripecias de la búsqueda de Cervantes están al nivel de cualquiera de sus obras, y se pueden comparar con «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», la obra que terminó de escribir cuando murió, oficialmente el 23 de abril de 1616, pero según la investigación lo hizo el día antes. Precisamente en esa obra escribe: «llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir».

Un reto para el 4º centenario

Todo comienza en 2011, cuando el periodista de «El País», Rafael Fraguas, lanza un reto a Luis Avial, experto en georadar, y a Fernando de Prado, historiador y escritor: localizar los restos de Cervantes antes del cuarto centenario de su muerte, que se iba a celebrar en 2016.

La operación, que cuenta desde el primer momento con el aval de la Real Academia de la Lengua Española, comenzó en 2014 en el convento de las Trinitarias Descalzas, que ocupa 3.000 metros cuadrados entre las calles de Huertas y de Lope de Vega en Madrid, implicando a un equipo dirigido por Francisco Etxeberria, profesor de la Universidad del País Vasco, antropólogo y médico forense, con el que Avial había trabajado en la exhumación de fosas de la Guerra Civil.

Como escribe Etxeberria en el prólogo de la obra narrada por Javier Barajas, «a los muertos les da igual dónde estar, pero a quienes vivimos, no».

Lo que permite reflexionar sobre la muerte. José Luis Martín Descalzo, sacerdote, periodista y escritor, aporta la suya: «Morir solo es morir, morir se acaba, es cruzar una puerta a la deriva y buscar lo que tanto ser buscaba; la paz, la luz, la casa».

Los trabajos, que duraron del 24 de enero al 28 de febrero de 2015, implicaron a un numeroso equipo de historiadores, arqueóogos, antropólogos, patólogos, expertos en topografía y láser escaner 3D, en prospección geofísica, fotografía, video, indumentaria y textiles, que protagonizó «uno de los más interesantes episodios arqueológicos de este siglo».

La obra editada por Tebar Flores muestra que las primeras indagaciones sobre el sepulcro de Cervantes las ordenó José Bonaparte en 1809, para su proyecto del Panteón, imitación del existente en París. Parece una desgracia que todo lo relacionado con el escritor más importante de la historia de España venga por impulso de fuera, y no desde dentro.

También se aprende en este interesantísimo trabajo que una placa colocada en 1870 por la Real Academia de la Lengua Española, dejando claro que allí descansaban los restos de Cervantes, salvó al convento tanto de la Segunda Desamortización como de las quemas en la Guerra Civil.

Y se demuestra que Cervantes no era manco, aunque sí tenía el brazo izquierdo inutilizado por las heridas sufridas en la batalla de Lepanto.

Después de tres centenares de páginas, en un relato enriquecido por fotografías y tablas de todo tipo, por fin sabemos dónde reposa Cervantes. Como escribe Francisco de Urbina, «su cuerpo cubre la tierra, no su nombre, que es divino».

 

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