Antes que a Josep Font ya le sucedió a Valentino, Montesinos, Courregues, Rabanne a Christian Lacroix o al mismo John Galliano. Parece que ser diseñador es incompatible con ser empresario o manejar su propio nombre. El artista está en otra galaxia. Son genios que se mueven en su mundo con sus propias reglas. Allí no tienen contratos de ahí que muchos ni lean lo que firman, por increíble que parezca. Así son algunos creadores. Buenos en lo suyo y un desastre en lo material.

Hace unas semanas, me llegaba por correo electrónico una nota de prensa en la que se anunciaba para el 14 de septiembre la participación de “la marca Josep Font que ha considerado la plataforma Madrid in Show la adecuada para presentar su segunda línea, que no desfila desde 2003 en España”. Sabía que Font, llevaba meses en su casa alejado de su estudio por lo tanto me sorprendía esa reaparición. Me puse a indagar y efectivamente, ni el diseñador ni ningún boceto trazado por él desde hace un año, se podrán ver en esa plataforma de moda porque lleva ese tiempo alejado de su nombre y sin crear nada pública y comercialmente. Lo que desfilará será la marca, que sigue en el mercado pero sin la participación y las creaciones de Josep Font.

Bastan dos anécdotas para dejar fotografiado al personaje y luego que cada uno saque sus conclusiones; cuando Josep Font estaba un mes de julio en su ático acristalado de una casa modernista en pleno Poble Nou de Barcelona, recibía una llamada desde París. Monsieur Grumbach, presidente de la Chambre Syndicale de la Haute Couture, le comunica que todos sus miembros habían decidido invitarle a desfilar en la Alta Costura, sería el tercer español en entrar al selecto club. Algo que antes le había ocurrido a Balenciaga y Rabanne. Después de haber estado soñando toda su vida con ese momento, le dio las gracias a Grumbach y le dijo que se lo tenía que pensar. La otra anécdota es su precocidad. Desde los siete años Josep Font, ha ejercido de lo que ahora se llama “personal shopper” de la moda. Acompañaba a su madre en sus compras. Una de las mujeres más elegantes de la sociedad catalana tenía como gurú a un niño, que si decía que algo no le quedaba bien, la madre no se lo compraba.

Después de finalizar el bachillerato en los maristas su padre le obligó a estudiar una carrera. Terminó Arquitectura. Aún así, Josep no podía acabar en otro lugar más que en la moda, a pesar de que su padre no pudiera entender qué era eso de ser modisto.

Así es Font: se toma un mes para aceptar la invitación a desfilar en la Alta Costura y en sus comienzos rechaza uno de los mejores premios para diseñadores jóvenes, el Space Pierre Cardin. Parece distante y frío Sabe bordar, coser y todos los oficios de un taller de costura. Es un cinéfilo empedernido y un lector voraz. Siente pasión por la obra de Hockney y Bacon y si pudiera, se llevaría a su loft los 5×7 metros de lienzo que ocupa “La balsa de la medusa” de Géricault.

Me apuesto una falda vintage de Font, que compré en Bilbao, a que a Josep le gustaría recuperar su nombre y su archivo con más de 700 trajes. Le conocí hace unos años en una casa tradicional de comidas del Poble Nou donde me dijo “siempre estoy trabajando, no me puedo permitir ir a fiestas. Las emociones me duran cinco minutos. Enseguida estoy otra vez trabajando”. Para una persona que piensa así, llevar un año retirado tiene que ser durísimo. Ojalá que pueda volver pronto porque los genios no deberían descansar nunca y la costura los necesita. Eso sí, la próxima vez que lo haga con un buen asesor jurídico que si él no lee los contratos que al menos el profesional le asesore.