Planteó el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la conveniencia de realizar una evaluación parlamentaria de los fallos y necesidades detectadas en el sistema público de salud ante la epidemia del coronavirus con el fin de corregirlos. Mencionó algunas carencias básicas (respiradores, mascarillas y elementos químicos para realizar los test de diagnóstico) de las que adolecíamos en nuestras factorías. Y solicitó por enésima vez una actitud constructiva al PP de Pablo Casado, para quien el Ejecutivo sigue siendo culpable de la mortandad y sigue sin reconocer el fallecimiento de al menos 16.000 personas sobre las más de 27.000 que oficialmente se ha llevado la enfermedad por delante. Ya con el pleno más poblado y con fotógrafos y plumillas presentes, la gresca subió de tono cuando la marquesa Cayetana Álvarez de Toledo preguntó a la vicepresidenta Carmen Calvo por esa cantinela del “golpismo”. En realidad su pregunta era si el Gobierno va a decir la verdad. Calvo contestó que el Ejecutivo tiene la obligación de decir la verdad y puesto que la portavoz ‘popular’ se extendió en consideraciones y acusaciones: “Los que pactan con los golpistas secesionistas son ustedes”, Calvo la invitó a “tomar café”. “Me hace una pregunta enciclopédica, así que la invito a un café y hablamos dos horas”.
De inmediato el campeón de lanzamiento de huesos de olivas y secretario general del PP, Teodoro García Egea, se apresuró a pedir al vicepresidente Pablo Iglesias que no le invite a café (lo suyo es el vermú con aceituna) y arrostre su responsabilidad por las muertes en las residencias de ancianos. Le contestó Iglesias recordando lo ocurrido en Madrid, donde el consejero de la presidenta Ayuso calificó de ilegales las órdenes de no hospitalizar a los ancianos con coronavirus, y exclamó: “¡Qué vergüenza!” Siguieron las críticas al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, tanto por el cese y cambio de destino del coronel Pérez de los Cobos, como por otros cambios en las cúpulas de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Incluso se vio obligado a defender la naturaleza militar de la Guardia Civil, algo que el Gobierno no cuestiona ni va a modificar, aunque cualquier bulo valga para atacarlo y generar malestar.
Y ya en fragor del ruido y la furia de las derechas, empeñadas en acusar e incriminar al Ejecutivo por haber permitido y animado las manifestaciones de mujeres el 8 de marzo, aprovechó la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, la expresión de que “algo huele mal el 8-M” para espetarle al portavoz de la ultraderecha: “¿A qué olemos las mujeres?” Aunque parece lógico que los ministros se defiendan de los dicterios de la oposición, tanto en el Parlamento como, sobre todo, en los medios de comunicación, resultó bastante razonable la petición del portavoz de C’s Edmundo Ball a Pedro Sánchez de bajar el diapasón porque la gente no quiere bronca, sino concordia y colaboración. Ball no lo dijo, pero podía haber añadido que sobran expresiones desacertadas, ocurrencias y meteduras de pata en el aula gubernamental.
Contaba hace un siglo el escritor Emilio González Fiol que en la Asamblea Francesa se había creado una plaza de odontólogo. Y atribuía la iniciativa a lo ocurrido en el cercano Jardín de Aclimatación de París, donde el hipopótamo soltaba unos bramidos terribles y amenazaba con destruirlo todo. El veterinario se percató de algo malo tenía en la boca, llamó a un odontólogo y éste le descubrió una caries en la que cabía un puño, así que lo anestesió, le limpió bien el molar y le metió una corona de… ¡Medio kilo de plomo! Pues eso. Revisen sus señorías por la boca, tomen café, hablen, negocien, acuerden y eviten el espectáculo, que la gente bastante jodida está para no tener que soportar más ruindad.
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