Salud, IA y coronavirus

18/06/2020

Francisco Javier López Martín.

En algún artículo anterior he hablado del impacto del coronavirus en el empleo, en la educación y las respuestas posibles, que ya existían pero permanecían inexploradas, aplicando la Inteligencia Artificial (IA). El tiempo dirá si somos capaces de utilizar ese potencial para conseguir la igualdad de oportunidades, o si las nuevas tecnologías se convierten en un nuevo foco de desigualdad.

La IA es una realidad también en el campo de la medicina y la salud. Cada día comprobamos que la realización de pruebas diagnósticas, los resultados de las mismas, las intervenciones quirúrgicas, los tratamientos, el seguimiento de la evolución de los pacientes, son realizados utilizando un buen número de herramientas digitales que trabajan con sistemas de tratamiento de imágenes, que ayudan a los profesionales médicos, o que utilizan algoritmos para solucionar problemas de salud.

Esas pruebas, diagnósticos, imágenes, instrumentos médicos, son cada vez más precisos. Pensemos por un momento en la cantidad de datos sobre nuestra salud que generamos a lo largo de nuestras vidas, imposibles de ser procesados y valorados por cualquier profesional sanitario, pero que pueden ser seleccionados y sintetizados en muy poco tiempo para extraer conclusiones por una máquina entrenada para hacerlo, o que aprende de su propia experiencia en el tratamiento de nuestros datos.

No debemos olvidar que esas máquinas aprendieron a ganarnos partidas de ajedrez jugando contra ellas mismas, ni siquiera con nuestros campeones. Hoy el teléfono móvil puede vigilar nuestros trayectos y anticipar la llegada de enfermedades como el párkinson en el movimiento de nuestras caderas al andar.

La complejidad de nuestro sistema inmunológico, inmensamente más grande que nuestro genoma, necesita de un trabajo conjunto de nuestros profesionales de la investigación clínica, la biomedicina, o la ingeniería de software para conseguir respuestas personales utilizando millones de datos, no ya de millones de personas, sino también de una sola persona.

Una tarea que puede dar soluciones, desde el sistema inmunológico, desde la inmunoterapia, a enfermedades como el COVID-19, el VIH, Ébola, pero también el cáncer, el Alzheimer, Párkinson, la tuberculósis, o la diabetes que afecta a altísimos porcentajes de la población en nuestras sociedades.

La IA puede actuar en la prevención y en el tratamiento, puede acelerar la investigación de nuevas vacunas como la que ahora mismo estamos necesitando para combatir el coronavirus. Pero para ello tenemos que tener claro que la IA no puede ser un instrumento en manos de las grandes farmacéuticas, que actúan cuando el problema ya se ha producido para obtener ganancias inmensas con una vacuna, mientras que obtienen muy poco beneficio de la investigación previa y la prevención.

Y no sólo en la salud de nuestros cuerpos. También en la salud de nuestras mentes. Los dispositivos de salud mental son claramente insuficientes en muchos países a los que llamamos desarrollados (baste pensar la exclusión de la mitad de la población de los tratamientos de salud mental en un sistema sanitario privado como el estadounidense), pero se convierten en una utopía irrealizable cuando hablamos de países superpoblados en los que no hay más que unas pocas decenas de profesionales especializados en salud mental. La IA puede jugar un papel muy importante aportando sistemas de tratamiento de datos, diagnóstico y tratamiento de estas enfermedades.

La combinación de meteorología, medicina y digitalización puede permitir anticiparnos a la expansión de enfermedades antiguas, o nuevas, procedentes de entornos climáticos más cálidos. Pensemos, por un momento, en los mosquitos que ya no mueren de frío en nuestros países, porque nuestros inviernos son cada vez más suaves, lo cual puede permitir la difusión de enfermedades como la malaria. O pensemos en nuevos virus capaces de seguir actuando en un clima europeo cada vez más cálido.

En todo caso el coste social y hasta económico de someter nuestra salud a la relación coste/beneficio de las empresas privadas es inmenso. Coste para los presupuestos públicos, para las personas y las familias, pero también para las propias empresas. Una crisis como la del coronavirus nos ha situado ante la cruda realidad de los efectos de los recortes, la entrega de recursos públicos al sector privado, la falta de inversión pública en investigación. Costes económicos, sociales, en vidas humanas.

La robótica, la revolución tecnológica (científico-técnica decía Marcelino Camacho hace décadas), la digitalización, la Inteligencia Artificial, la ciencia de datos, puede formar parte de las soluciones a los serios problemas que afronta la política sanitaria, o puede contribuir a agrandar la brecha que nos separa delas soluciones.

Todo dependerá de que ese volumen ingente de datos y la IA capaz de procesarlos y extraer conclusiones útiles para que tomemos decisiones sobre nuestras vidas se pongan al servicio de las personas y de los intereses generales, o que sean utilizados como recurso privado, para uso, explotación y beneficio de los ricos y poderosos del planeta.

Nuestra salud, nuestra supervivencia, están en juego.

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