El precio de una ambición

24/06/2020

José María Triper.

 Decía el periodista y ensayista Gregorio Morán, en una excelente entrevista que hoy “los partidos son máquinas de poder y entre los políticos nadie construye pensando en el futuro, sólo en su patrimonio personal”. Un acertado análisis que explica el porqué en este Parlamento y con esta clase política es imposible ese pacto de Estado por la reconstrucción y para acordar las reformas y los ajustes necesarios que permitan sacar a España de la peor crisis sanitaria y económica de la historia moderna.

Ese pacto de Estado que una vez más acaba de reclamar con autoridad, claridad e independencia el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, quien a diferencia de su predecesor cuando la crisis financiera de 2008, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, no se pone a la orden del Gobierno para enmascarar la gravedad de la situación, pero cuyas expertas y sensatas recomendaciones van a caer en los oídos sordos de una clase política que ha recuperado los peores vicios y abusos del franquismo, y que ha sustituido los valores de libertad, respeto, diálogo y concordia emanados de la Transición por el enfrentamiento, la insolidaridad, el cortoplacismo y las ambiciones personales por encima del servicio a los ciudadanos y a la razón de Estado. Donde la coherencia y los principios han derivado en palabras moribundas cuando no en moneda de cambio dentro de ese gran mercado persa en que han convertido el Parlamento.

Si Sánchez de verdad quisiera un pacto, oportunidades ha tenido y sobradas para hacerlo durante el estado de alarma y ahora en su finalización cuando el líder popular le ha tendido la mano para hacer cinco grandes acuerdos destinados a crear una oficina de atención a las víctimas del Covid, un pacto sanitario por la sanidad, la creación en el Senado de una comisión sobre las competencias sociales con participación de las autonomías, un plan de choque económico con bajadas de impuestos y un plan jurídico para aplicar la legislación ordinaria si hay rebrote sin recurrir al estado de alarma.

Oferta a la que el jefe del Gobierno ha respondido con el silencio, cuando no con el desprecio, porque el proyecto de Sánchez, desde la moción de censura que le aupó a la Presidencia no es España ni para España, sino para satisfacer sus propias ambiciones y permanecer el mayor tiempo posible en La Moncloa. Y eso sólo se lo garantiza el acuerdo con los populistas y los independentistas, los enemigos de España y del sistema democrático y de libertades del 78, representados por el Parlamento y la Monarquía Parlamentaria a los que intentan desprestigiar y socavar.

En esta deriva a Sánchez sólo le puede parar el PSOE, por eso el empeño de sus socios y de los sanchistas de acabar con Felipe González y la “vieja guardia”, o las condiciones de Bruselas vía Berlín que le obliguen romper esas amistades peligrosas si quiere recibir el dinero ese fondo europeo de reconstrucción que más que un rescate a España será un rescate a Sánchez y a sus intereses personales de supervivencia en el poder.

Recuerdo ahora cuando, tras su victoria sobre Susana Díaz en las primarias del PSOE, un ex dirigente socialista a cuyas órdenes directas había trabajado el hoy presidente del Gobierno, me comentaba. “no tiene proyecto, no tiene programa, sólo tiene ambición y es capaz de vender a su padre, vender al partido y vender a España con tal de conseguir sus objetivos”. Y demostrado está que no le importa el precio.

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