Casado, equivocado

02/07/2020

Luis Díez.

Érase una vez un hombre y una mujer subidos en una bicicleta sin ruedas. ¿Qué hacen ustedes?, les preguntó uno que pasaba a su lado. “El ridículo”, respondieron ellos. El hombre se llamaba Rafael Simancas y la mujer Adriana Lastra. Los portavoces del PSOE han hecho eso, el ridículo circense en la Comisión de Reconstrucción Económica y Social, para atraer al PP de Pablo Casado a un gran acuerdo. Han renunciado a una rueda: el impuesto a las grandes fortunas, y nada. Han prescindido de la otra: la derogación de la reforma laboral, y nada. Se han inclinado ante el capital, y menos.

A la renuncia a subir uno o dos puntos los impuestos a los ricos ha respondido la exgruesa Elvira Rodríguez en nombre de Casado que eso es muy poco, que lo que quieren es que les bajen los impuestos. Al sonrojo de votar a favor de la dorogación del trágala de la reforma laboral del PP de Rajoy con mayoría absoluta, que costó dos huelgas generales, y anular la votación tres horas después para votar en contra, ha respondido el PP que ni siquiera eso vale, pues lo que ellos quieren es suprimir los derechos de los trabajadores y reducir a la mínima expresión el papel de los sindicatos. Y además bajar las cotizaciones a la Seguridad Social.

Esto ha sido, a grandes rasgos, todo el debate del miércoles, 1 de julio, en la comisión parlamentaria mencionada, que el viernes, 3 del corriente, aprobará las conclusiones para su remisión al pleno del Congreso (Diputación Permanente) de la semana que viene. Después de sonrojar a propios y extraños sin conseguir siquiera que el principal partido de la derecha se abstenga, como sería razonable y exigible en la situación excepcional a la que nos ha llevado la pandemia del maldito coronavirus, el PSOE se haría un buen favor a sí mismo manteniendo y aplicando los compromisos que ha firmado con sus aliados de Podemos y hasta con EH Bildu para salvar vidas y prolongar el estado de alarma ante la irresponsabilidad de Casado y sus mentores.

Mientras el jefe del Gobierno, Pedro Sánchez, y el vicepresidente Pablo Iglesias, han demostrado una talla y una responsabilidad fuera de toda duda, las derechas patrióticas y anárquicas han vuelto a quedar en evidencia una vez más como el dechado de egoísmo, insolidaridad, corrupción y falta de sentido común que son. Sánchez ha peleado desde el primer momento, y lo sigue haciendo, por una respuesta europea, solidaria y social, a la crisis. Puede decirse que se ha partido los cuernos para atemperar los efectos de la pandemia y mantener el tejido productivo y, sobre todo, el nivel de vida de la gran mayoría de los ciudadanos.

Todo esto incrementa la épica de un tipo duro como Sánchez, que ha sobrevivido a mucha mala leche, y permite a más españoles cada día, sean empresarios, trabajadores, jubilados parciales o totales, confiar en un Ejecutivo solvente. La talla de Sánchez en la UE no se discute. La de los líderes de la derecha y la ultraderecha es exigua y además menguante. Esas cosas ocurren cuando los cerdos se suben a los árboles. El desacierto de ese presidente del PP del que sus correligionarios dicen por detrás que no sirve (“Ni casado ni soltero, igual de majadero”) debería hacerle reflexionar si su política vale para llevar las riendas, cuando toque, de un programa de reconstrucción que se prolongará por más de dos legislaturas.

De momento, Ciudadanos ha aprendido la lección y ahora apoya al Gobierno. La cantinela de que los socialistas han pactado con terroristas y separatistas puede servir de mensaje tabernario, pero ni es serio ni puede aspirar, como pretenden Casado, Abascal y sus mentores Aznar, Mayor Oreja y su pupilo Iturgaiz, conseguir el aprecio de los electores. Si el PSOE de Sánchez ha ganado las elecciones hace medio año y obtenido la mayoría para gobernar en coalición con Podemos, con el apoyo del PNV y Más País y la abstención de ERC, en esa línea parlamentaria ha de perseverar.

 

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