Los desprecios del presidente

08/07/2020

José María Triper.

Decepcionante, aunque conociendo al personaje no sorprendió ha nadie, ha sido la ausencia del Presidente del Gobierno en la misa funeral por las víctimas del Covid 19, concelebrada en la Catedral de la Almudena. Una ausencia, la suya y del resto de miembros del Gobierno salvo la vicepresidenta Carmen Calvo, que suponen un desprecio al Jefe del Estado, que sí asistió al acto, a los fallecidos y a sus familiares y allegados, y a los españoles todos a los que deberían servir y respetar, en lugar de engañar y someter.

Pero ocurre que Sánchez es así. Sólo le preocupan y le importan sus intereses y sus ambiciones, y sólo actúa en función de sus ideario adolescente y trasnochado, entre los que destaca ese postureo de ateísmo rancio y de opereta del que todavía hacen bandera algunos prebostes de una izquierda anacrónica que confunden la religión con los sentimientos, la cortesía y la tolerancia.

A ello hay que añadir ese pecado de soberbia que es consustancial al Presidente, y una falta de entereza que le impiden aguantar los silbidos y reproches de los ciudadanos, a los que su gestión le hace acreedor. Aplomo, responsabilidad y sentido del Estado y de la institución que representan, que si tuvieron sus antecesores. José María Aznar en los funerales del 11-M, Rodríguez Zapatero en los desfiles del Día de las Fuerzas Armadas y otros actos públicos, y el propio Mariano Rajoy en Cataluña.

Y un tercer factor, también propio de la personalidad del jefe del Gobierno es ese egocentrismo y esa falta de empatía que le hace ser insensible con las víctimas y sus familiares. A Sánchez ni le interesan ni le afectan, sólo le importa su ambición. Por eso se inventó una reunión apresurada con su homólogo portugués Antonio Costa – del que debería tomar ejemplo de coherencia y sensatez, y por eso no recurrió al Falcon, que utiliza para acudir a conciertos y bodas familiares, y que le hubiera permitido regresar de Lisboa a tiempo para acudir en tiempo y hora a los actos de homenaje de Madrid.

Desprecio también, este en forma de silencio, es el que muestra Pedro Sánchez hacia los medios de comunicación y sus profesionales ante los ataques y amenazas de su vicepresidente segundo, que no son sino ataques y amenazas a la libertad de expresión, que es uno de los pilares básicos de la democracia, y una de las garantías de control del Ejecutivo de las que dispone el Estado de Derecho. El mismo silencio despectivo que mostró cuando las intimidaciones de Pablo Iglesias a los jueces y que, en realidad, lo que persiguen es desprestigiar a las instituciones para acabar con la división de poderes, en consonancia con su ideología totalitaria y su identificación con la dictadura de Maduro en Venezuela.

Unas embestidas e intimidaciones las de Iglesias, que definen al personaje y que sacan del armario sus tentaciones dictatoriales y su aversión hacia las libertades. Y un silencio, el de Sánchez que aparenta complicidad y complacencia con los ramalazos tiránicos de su vicepresidente, probablemente porque piensa que cuando más se retrate y se degrade el podemita mayor será la rentabilidad electoral para el PSOE, pero al que habría que recordarle aquello de que el calla otorga y que hay silencios culpables que denotan, más que prudencia, implicación o cobardía.

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