Comer rodeados de encanto

08/07/2020

Carmela Díaz.

Después del obligado encierro, buscamos más que nunca los espacios abiertos, el aire puro, los árboles y escuchar el trino de los pájaros. Si quieres disfrutar de un espacio natural, con una terraza amplia rodeada de zonas verdes, donde comer bien muy cerca de Madrid (a tan solo diez minutos de plaza de Castilla), Tejas Verdes es una opción ideal.

Situado entre Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, dotado de un espacioso parking gratuito en la propia finca, alejado del ruido y del bullicio, Tejas Verdes es un mesón de arquitectura singular con una gran terraza rodeada de un frondoso jardín de una hectárea, con altos cipreses, muy recomendable para organizar un encuentro familiar o una velada con amigos en la que disfrutar de una buena comida seguida de una larga sobremesa.

Con más de cincuenta años de historia, Tejas Verdes abrió sus puertas en la primavera de 1964. Atrás quedaban varios años de obras para construir un elegante caserón castellano con tejados de teja antigua a dos aguas. Durante la construcción cuando se fraguó el nombre del local: las tejas acumuladas durante las obras se tornaron verdes y musgosas después de una temporada de lluvias. El nombre del restaurante ya estaba claro para sus fundadores, la familia Mayoral San Sebastián, oriundos del País Vasco, aunque con una larga tradición viajera por Europa y Sudamérica. Actualmente Álvaro y Millán, la tercera generación de la familia -buenos anfitriones-, son quienes regentan el negocio.

Su cocina se basa en el mercado y en la estacionalidad del producto. Aquí se viene a comer cocina casera y platos tradicionales, no a posturear. En su carta -de raíces vascas, como sus fundadores- destacan los platos de toda la vida que se van adaptando al momento del año en el que nos encontramos para cocinar con el mejor producto. Durante el buen tiempo destacan la ensalada de tomate y ventresca, salmorejo, ensaladilla, gambas cristal con mayonesa de lima, su tempura de verduras con rabas con romescu… En la capital es complicado encontrar bocartes de calidad: los amantes de esta especialidad típica del norte podrán disfrutar de ellos en este restaurante (los hacen a la bilbaína, muy ricos). Así como un excelente bonito a la cantábrica o a la plancha; justa estamos en temporada durante estas semanas de verano. Entre sus segundos, buenos pescados recibidos de las mejores lonjas y preparados de diferentes formas como la lubina a la sal, el tataki de atún rojo con germinados, el cogote de merluza a la bilbaína; entre las carnes un gran chuletón o el steak tartare elaborado ante el comensal. Los salones interiores son muy acogedores y disponen de dos chimeneas, perfectas para comer o cenar frente al fuego cuando llega el frío, momento en el que los platos de cuchara, los guisos y asados se adueñan de la carta. Cuando descienden las temperaturas sus propietarios recomiendan la sopa castellana -tiene fama de ser una de las mejores de la región-, las verdinas o las fabes con almejas.  Entre los postres caseros destacan un ligero tatín de manzana, la leche frita o la tarta de tres chocolates.

Tras la reapertura se cumplen las medidas de seguridad exigidas: mesas convenientemente distanciadas en su parcela entre árboles y praderas, guantes, mascarillas y todos los protocolos y normas de desinfección e higiene que la irrupción del coronavirus ha generado. En su carta destaca el etiquetado de alérgenos y de platos libres de gluten para celiacos. El precio medio por comensal ronda los 40 euros.

 

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