11-S (sin autocrítica)

12/09/2011

diarioabierto.es.

La conmemoración del 11-S ha sido un fiel reflejo de la manera estadounidense de asimilar la tragedia: “Con ayuda de Dios, venceremos a los terroristas, resistiremos el mal, llevaremos la paz y la justicia del mundo a los territorios abisales del radicalismo antiamericano”. Sobre todo, tras el asesinato de Bin Laden, se acabó de perfeccionar la conciencia reciente de pueblo victimario, y también, a la vez, ángel vengador: no ángel justiciero, sino vengador, que es muy distinto. Diez años después, ni el mundo es más seguro ni la amenaza terrorista ha sido desterrada no sólo de cualquier ciudad europea, sino tampoco de la propia Nueva York. Después del 11-S, podría haber cabido la posibilidad de que alguien en EE.UU., con responsabilidades de gobierno, hubiera analizado, de manera autocrítica, la política exterior estadounidense de los últimos cincuenta años. Es como si condenar el atentado y cerrar filas fueran la misma cosa, como si fuera imposible, desde allí mismo, al menos, condenar la barbarie terrorista y examinar, al tiempo, el rencor que ha ido sembrando EE.UU. no sólo en Oriente Medio, sino también en cuantas democracias hispanoamericanas dinamitó hace unas décadas.

Las páginas más terribles de la Historia de Chile y de Argentina, por poner dos ejemplos muy cercanos a la sensibilidad española, no podrían haberse escrito sin el apoyo internacional de Estados Unidos. Si esto no es suficiente para proyectar odio en el mundo, que venga ese mismo Dios, al que tanto se encomiendan los presidentes norteamericanos, para verlo. No digo, por supuesto, que esto exculpe a los terroristas: lo que ocurrió en NY el 11-S fue un dolor general, una muerte súbita de un imaginario colectivo, una tragedia sin grietas, un luto continuo, sí; pero, también, la constatación de que algún día alguien podría decidirse a contestar, de una forma más o menos bárbara, a la impunidad exterior norteamericana, sin esperar que la ONU haga lo que nunca ha podido, o que algún candidato ilustrado a la presidencia del Gobierno estadounidense lleve en su programa, de manera suicida, la posibilidad de que EE.UU. reconozca la autoridad del Tribunal Penal Internacional para crímenes de guerra.

El gendarme no puede ser juzgado, o al menos eso se piensa en EE.UU. El 11-S,
Norteamérica dejó de ser intocable. Diez años después, los discursos conmemorativos están más en la onda del Capitán América que en un análisis global, y las torres aún siguen cayendo.

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