Presupuestos de sangre

23/09/2020

Carmela Díaz.

La politización de la pandemia comienza a pesar en el ánimo de los españoles. Mientras la ciudadanía reclama unidad para combatir una crisis sin precedentes en el ámbito sanitario, económico, laboral y social, los que gobiernan mantienen como prioridad asegurar su rédito electoral por encima del bienestar y los intereses colectivos.

En estos tiempos -los más complejos de la historia contemporánea- en los que debería imperar el respeto, la empatía o el cumplimiento de los compromisos, se impone el egoísmo, el sectarismo y la manipulación. Nuestros dirigentes están polarizando en extremo hasta los aspectos más nimios, provocando que la crispación se adueñe del ánimo colectivo.  Los que gobiernan han perdido la decencia, engañan con descaro y utilizan la maquinaria mediática en su favor sin ética ni disimulo alguno.  Han instaurado la mentira como un hábito; tanto como su negligencia y falta de liderazgo. Especular, difamar, confundir y agitar se anteponen a los asuntos capitales mientras evitan enfrentarse a las responsabilidades que son inherentes a su posición. Nunca hemos tenido unos políticos menos preparados en democracia y que hayan dignificado tan poco su cargo. La complicidad que demuestran todas las siglas cuando se trata de salvaguardar sus prebendas, unida a una justicia tibia que parece mirar hacia otro lado y a una prensa cómplice silenciada con campañas institucionales, completan un panorama desolador para los ciudadanos.

Estamos en manos de cabecillas incapacitados que se consagran a la propaganda, el embaucamiento, la intriga, la conspiración y jalean una rancia -por cansina y trasnochada- lucha de clases. Pero no solucionan problemas reales, algo lógico puesto que nuestros representantes actuales no saben gestionar: sus trayectorias profesionales y experiencia laboral -en la mayoría de los casos, nulas- así lo avalan. La pandemia que nos azota ha empeorado la vida de todos, excepto la de políticos, séquitos y adláteres. Los ciudadanos que soportan un ERTE o sueldos reducidos, no pueden seguir sosteniendo el bolsillo pre-COVID de empleados públicos y funcionarios. Ni económica ni psicológicamente: la gente se revuelve porque mientras pymes, autónomos y trabajadores por cuenta ajena están ahogados, los que cobran a cargo de las arcas del Estado siguen manteniendo el mismo de nivel de vida a costa de los impuestos de quienes se encuentran asfixiados. Los parásitos saquean a los que se esfuerzan y madrugan.

Para rematar un panorama dramático, los socios que sostienen un gobierno con pies de barro solo sirven para difundir proclamas que únicamente interesan a sus hordas subvencionadas. Y Pedro Sánchez, además de permitírselo para perpetuarse en el poder, transmite desconfianza y nepotismo: en el Estado de Alarma sacó adelante dudosos decretos a medida de sus intereses y ahora evita desgastarse con medidas impopulares que afectan a la salud de todos. Entretanto, su particular factoría de marketing mantiene su agenda política y diseña estrategias para conseguir el próximo objetivo: la aprobación de los Presupuestos Generales. Un partido, el PSOE, al que votó menos del 15% de la población, pacta con siglas independentistas -formaciones con porcentajes ínfimos en las urnas, pero con más escaños de los que les correspondería gracias a una ley electoral muy cuestionada- para continuar gobernando a cualquier precio.

Ahora disfrazan ante la opinión pública como “presupuestos progresistas” la negociación con Otegui, quien pretende canjear presos por apoyo. Los asuntos penitenciarios que incumben a terroristas como eje prioritario en tiempos de pandemia, en vez de sanidad, economía, fiscalidad, educación o pensiones. De culminarse este acuerdo podrán ser bautizados como presupuestos de sangre.

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