‘Lehman Trilogy’, Montañas de palabras

25/09/2020

Luis Martínez del Amo. Peris-Mencheta no logra embridar el torrente narrativo sobre la caída y auge del capitalismo financiero.

Vuelve Lehman Trilogy, una de las obras más exitosas de los últimos tiempos. Un intento, baldío, a mi entender, de llevar a escena el boom del capitalismo financiero, a través de la historia de Lehman Brothers, el banco de inversión, fundado como tienda de telas en 1840, y cuya quiebra secó de liquidez el mundo, y sacudió los cimientos de las finanzas, en 2008, en el transcurso de la Gran Recesión.

La obra arranca mediado el siglo XIX, con la llegada de los bávaros hermanos Lehman al incipiente Estados Unidos, en cuyo sur se establecerán, empezando primero por una tienda de tejidos, para hacerse a continuación con el negocio de la distribución de algodón de todo el estado de Alabama. La guerra civil quebrará esta progresión, y obliga a los hermanos a dar nuevo rumbo a sus negocios, estableciéndose finalmente como intermediarios financieros.

Más de ciento cincuenta años de historia, atravesadas de dos Guerras Mundiales, la Gran Depresión, y el boom del consumo a partir de 1945, para terminar muriendo un día de septiembre de 2008. Una alocada narración que aúna la historia y la intrahistoria de la saga, que, en versión de su también director, Sergio Peris-Mencheta sobre un texto original de Stefano Massini, embute un sinfin de acontecimientos y personajes en tres actos y tres horas de duración.

Son múltiples los problemas que encuentra la obra para llevar a buen fin este juicio al capitalismo, bastante chato, por lo demás. En primer lugar un texto no demasiado inspirado. Y en segundo lugar, una dirección que no acierta a dotar de orden y sentido al torrente de palabras, donde domina la narración, más que el conflicto escénico, y que tiende a ahogar siempre cualquier atisbo de escena.

Además, el tono, que quiere ser leve, y raya en lo superficial, y la complicación del empeño – los seis actores interpretan más de un centenar de personajes, cantan, bailan, tocan instrumentos, suben, bajan, aparecen y desaparecen por la superestructura escénica que sostiene el andamiaje de la obra – lastran, a mi entender, el vuelo de la obra, que hubiera requerido otra mano para dominar un espectáculo que pide a gritos más imaginación en la puesta en escena, y una mano firme a la brida, que controlara el tono, alternando la parodia, con la comedia, la farsa, el drama…

Un empeño monumental, en suma, para un cirujano que metiera el bisturí en esta “montaña de palabras”, cuya vaciedad denuncia el texto, en relación a las finanzas, y contra la cual, paradójicamente, acaba chocando también la obra.

Hasta el 18 de octubre, en los Teatros del Canal, de Madrid.

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