Un almuerzo peculiar

13/10/2020

J.M. Miner Liceaga.

Ayer fue la onomástica de la abuela Pilar. La familia, desde bastantes años atrás, tenía y tiene el detalle de celebrar tan señalado día con un almuerzo al que acudía, entre abuelos, padres e hijos, un total de 13 comensales.

A pesar de que cuando esto se escribe es precisamente un martes y 13, un número que cae bien entre la familia, la cita previa a la convocatoria tuvo sus detractores y sus seguidores. Unos apostaban por la seguridad de los mayores; los mayores estaban dispuestos a poner de su parte los aditamentos necesarios para evitar contratiempos.

El lugar elegido era y fue el se siempre: un restaurante chino en la zona norte de la capital al que alguno de los miembros del clan familiar acudía con cierta regularidad, aunque en los últimos ocho, nueve meses, por razones obvias, su asistencia se cuenta con un mínimo de unidades.

En esta ocasión se hizo una excepción. Lo bueno de dicho restaurante, de alta cocina oriental, es que prácticamente no tienes que elegir menú. Con decir que quieres comer bien, como siempre, y recordar que uno de los trece comensales es alérgico al huevo, está todo solucionado.

La parentela es un tanto particular. El individualismo brilla por doquier. Hay una excepción. Una unidad familiar compuesta por cuatro miembros. Los demás van de uno en uno aunque en un par de casos convivan de dos en dos, si bien guardando las correspondientes distancias.

Para no inundar las calles con vehículos de carga individual, salvo la excepción expuesta, todos llegamos en torno a las 14 horas al lugar de la celebración con los correspondientes regalos para la “abu” Pilar.

El primer problema que tuvimos que sortear fue el de la distribución. Las normas, como buenos ciudadanos que somos, había que cumplirlas, tanto por nuestro bien como por el de la propietaria del restaurante por si llegaban los “guardianes de la galaxia”. Éramos y somos trece. Pero el reglamento habla de seis por mesa. Había que dividir. Y dividimos. Los más jóvenes, los veinteañeros, por un lado. Los maduros por otro. Y nos sobraba uno. No quisimos forzar la situación. Al uno que era el abuelo y no le importaba, quedó situado en un extremo, que no podemos situar a la derecha o a la izquierda porque todo dependía de la perspectiva y desde donde se observara el objeto.

Hay que reconocer, el mismo lo dijo, que no le importó quedar un poco apartado de grupo. Tenía y tiene mucha juventud acumulada y como conocedor de los temas a tratar entre la familia y de su deficiencia auditiva -que a veces acentúa para despistar- se dedico a la observación y a degustar los platillos de comida china y japonesa que sirvieron.

La verdad es que en años anteriores el almuerzo fue más cálido. Más próximo. Más cercano. En esta ocasión, por aquello de ser conscientes de la importancia de ese virus que se dedica con sus correspondientes proteínas a perforar membranas celulares ajenas, guardamos, inclusive en las mesas de a seis, la distancia recomendada.

Como el número de plazas en el interior del restaurante había sido reducido en buena medida, y la distancia entre familiar a familiar -en nuestro caso- era la recomendada, pues resulta que de la misma suerte que nosotros nos enterábamos y enteramos de lo que decían los de la mesa de tres metros “maspallá”, ellos pudieron enterarse de nuestras alegrías y cuitas, a excepción del abuelo, que estaba a lo suyo, unas veces en el extremo izquierdo y otras en el derecho…, pero siempre con los palillos en la mano derecha, porque no es zurdo…

Total, que la celebración resultó ciertamente peculiar. Nosotros los mayores no podremos contarlo a los nietos porque los nietos estaban allí; pero los hijos, los nuestros, sí podrán narrar los pormenores de esta primera mitad larga del 2020, que corresponde al siglo XXI, por obra y gracia de ese cordial entendimiento entre Gobierno y Comunidad.

Insisto en que la celebración fue un tanto atípica. Menos mal que nos conocemos y que incluso con la mascarilla, verde, amarilla roja o azul, llegamos a reconocernos todos. Hubo foto antes de, con el plato pleno de viandas, con la velita del postre, con el brindis final y una más al final, ya en la calle, antes de la despedida…

Una despedida que también fue original, peculiar, atípica, singular y cuantos sinónimos quieran añadir. Lo importante es que antes de… nos ajustamos a las normas en todo momento: a la llegada, a la hora de comer, en la despedida, en la calle…

Como nadie había utilizado el coche para el evento, pues nos fuimos, distanciados adecuadamente, al transporte público, al metropolitano para ser más concretos y… después de una espera prolongada en el andén -era festivo- nos  apelotonamos en el vagón… con la mascarilla puesta, desde luego…

¿Hablarán de estas cosas nuestros conspicuos gobernantes a la hora de fijar las normas de convivencia? Pregunto que si hablarán de estas cosas porque tenerlas en cuenta me sospecho que no… Personalmente propondría retirarles el coche oficial y que utilizaran el transporte público, y en especial el metropolitano, durante una semana y sin cita previa para hacerse un PCR cada tres días… ¿o es cada dos?

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