Asesinato legal

22/09/2011

diarioabierto.es.

Un hombre es detenido en una situación extraña. Le acusan de haber cometido un asesinato, y él lo niega. Lo sacan de su casa y su familia, lo encierran en una comisaría y lo someten a una rueda de reconocimiento. Por situar el relato en una curva histórica, pongamos que estamos hablando de Berlín, o de Viena, hacia 1939. Este hombre contrata a un abogado. Tras haber estudiado bien el caso, le dice a su cliente que no tiene nada qué temer: no existe ninguna prueba concluyente que pueda incriminarlo, ni siquiera ha aparecido el arma homicida y no hay ningún testigo que pueda situarlo en la escena del crimen. Sin embargo, algo remoto en el semblante, quizá el gesto ligeramente esquivo del abogado defensor, hace que el acusado –hace ya varias horas que no se siente exactamente un hombre, sino un acusado, como si una fuerza abstracta y decidida se hubiera decidido a reubicarlo en una nueva realidad jurídica, nominativa y vital-, a pesar de escuchar esas palabras de ánimo, no se sienta tranquilo.

Cuando llega al juzgado, algo en el ambiente le sacude, quizá como una ráfaga invisible y fría sobre el pavimento gris, pulido. Una desconfianza se va adueñando del creciente temblor de sus muñecas, mientras escucha la acusación. Después, cuando uno por uno, hasta llegar a diez, van apareciendo los testigos que afirman haberle visto asesinar a un hombre al que ni siquiera conocía, comprende que su suerte hace mucho tiempo que está echada. Pero no olvidemos que estamos escribiendo una historia o releyéndola, porque bien podría ser un relato de Stefan Zweig, tipo Novela de ajedrez, sobre los extraños métodos torturadores de los nazis y sus maneras de revestir cualquier aberración con una pátina cínica de normalidad jurídica, de una legalidad culpable.

Pero estamos en una narración, y quién no espera esto de los nazis. Sin embargo, si cambiamos el sitio –Berlín o Viena- por el Estado de Georgia, EE.UU., y la fecha de un día cualquiera de 1939 por el día de ayer, y ponemos un nombre al condenado –por ejemplo, Troy Davis- veremos que la misma situación puede vivirse hoy. Juzgado sin garantías procesales, con siete de los diez testigos habiéndose retractado de su declaración, sin pruebas de ADN y sin arma del crimen, Troy Davis ya ha sido ejecutado. Cuando el Estado asesina así a sus ciudadanos, el totalitarismo está que arde.

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