Lionel Messi, tras marcar el pasado sábado el cuarto gol al Osasuna, protagonizó una imagen que ha dado la vuelta al mundo. Se quitó la camiseta y apareció la de su primer equipo, la del Newell’s, el equipo argentino en el que también había jugado Maradona. Levantó los brazos al cielo en homenaje al gran futbolista (sólo gran futbolista) desaparecido. El árbitro, Mateo Lahoz, seguramente a pesar suyo, no tuvo más remedio que mostrarle la cartulina amarilla en aplicación del reglamento. Nadie protestó, el reglamento es claro, la infracción evidente y la consecuencia obvia. El colegiado se limitó a impartir justicia. La ley es la ley aunque las causas de la infracción parezcan a muchos justificables.

Contrasta la actitud del colegiado con la actuación de algunos tribunales que en algunos casos retuercen la ley y las pruebas para aplicarlas con su particular ideología. Esta actitud ha sido calificada por algunos como “la justicia del enemigo” por su peculiar forma de interpretar las leyes, haciendo con frecuencia caso omiso de los dictámenes de tribunales superiores (los europeos) o de las recomendaciones que hacen altos organismos (la ONU) sobre el trato que reciben determinados prisioneros. Además ignoran que las causas con preso se han de resolver de una manera urgente. Pero los recursos de los presos independentistas tardan meses en resolverse y como sistemáticamente son denegatorias, es el Tribunal Constitucional que deja descansar en el sueño de los justos sus apelaciones, todo para evitar que recurran a los tribunales europeos donde, en opinión de muchos juristas, apreciarán las quejas de los condenados.

La misma justicia que impartió Mateo Lahoz con la infracción de Lionel Messi sería bueno que se extendiera a otras instancias judiciales, porque la ley dice lo que dice y no lo que algunos interpretan que tendría que decir. No es un problema de ideología, es un problema de justicia.