Digitalizando la muerte

14/12/2020

Francisco Javier López Martín.

Uno de los problemas morales más graves suscitados por el golpe de la pandemia ha sido el de tomar decisiones inevitables en condiciones extremas, por ejemplo cuando los hospitales se encuentran colapsados y la UCIs saturadas. Cuando no podemos salvar a todos y es determinante quién tendrá un respirador y quién no, quién será hospitalizado y quien permanecerá en su vivienda o en la residencia. Quién va a vivir y quién morirá casi con seguridad.

Ninguno queremos asumir el peso de tomar esas decisiones. Es muy duro hacerse cargo del resultado de uno de esos famosos triajes que consisten en escoger, clasificar, separar, priorizar a unos pacientes sobre otros. Parece más llevadero que esas decisiones sean el resultado de los cálculos geométricos y espaciales realizados por un algoritmo.

Unos quedan a este lado de la línea y otros al otro lado. No es lo mismo comunicar una decisión que ser el responsable de la misma. Al final es la Inteligencia Artificial, el algoritmo, el ordenador, los que producen una división espacial que termina separando a unas personas de otras, aunque lo hagan casi siempre de la misma manera.

El problema es que el algoritmo realiza su trabajo utilizando instrucciones para procesar variables, que los programadores introducen previamente. El algoritmo, por lo tanto, es ciego y eso hace que se parezca a la justicia, pero esa ceguera sistemática no produce justicia, sino decisiones sistemáticas, producto de los cálculos que le hemos obligado a hacer. Por eso el algoritmo termina produciendo un resultado del triaje en función de rentas, barrios ricos y pobres, edad.

Sin embargo, no es el algoritmo, ni la Inteligencia Artificial, quien ha producido las desigualdades. Somos los seres humanos quienes con nuestra ambición desmedida hemos producido crisis económicas como la desencadenada a partir del hundimiento de Lehman Brothers en 2008, cuyas consecuencias se quedaron entre nosotros en forma de aumento de las desigualdades, precariedad en los trabajos y en nuestras vidas.

Somos los seres humanos los que hemos producido este modelo económico que agota los recursos y acaba con la vida en el planeta, promoviendo una movilidad y unos desplazamientos de productos y personas muy alejados de cualquier posibilidad de sostenibilidad y equilibrio.

Lo que llamamos Inteligencia Artificial, digitalización, utilización de los grandes datos, robótica, no los hemos puesto al servicio de eso que muchos denominan economía circular, o colaborativa, sino al servicio de empresas tecnológicas y una economía de plataformas que destruyen la competencia y conducen al monopolio, al tiempo que deterioran el empleo.

Abundan las situaciones insostenibles, como las generadas por grandes corporaciones como Amazon, o Facebook, a quien los fiscales de la casi totalidad de los Estados que componen los Estados Unidos exigen la venta de Instagram y Whatsapp para impedir precisamente el monopolio.

Somos nosotros, los seres humanos, los que nos mostramos incapaces de adoptar medidas reales y eficaces para contener el cambio climático, ni tan siquiera llevando a cabo y cumpliendo los acuerdos adoptados en las cumbres climáticas.

Hasta las baterías que fabricamos para nuestros modernos y caros coches eléctricos se producen a costa de la extracción altamente contaminante de metales raros en otros lugares del planeta. Nuestras energías verdes terminan teniendo efectos desastrosos en el medio ambiente, el empobrecimiento, o la explotación laboral y política en numerosos países.

Somos nosotros los responsables de que el permafrost se descongele liberando ingentes cantidades de gases, bombas de carbono, virus y bacterias. O de la destrucción de selvas como la del Amazonas, permitiendo que entremos en contactos con millones de virus de todo tipo, desconocidos para el ser humano.

Los virus como el COVID-19 han existido siempre y no es la primera vez que actúan aún con peores consecuencias para los seres humanos, pero es la actual actividad acelerada del ser humano lo que hace que cada poco tiempo nos sorprenda una nueva epidemia, pandemia, o presencia de nuevos virus.

La Inteligencia Artificial es un poderoso instrumento para ayudarnos a planificar la actividad humana de otra manera, más respetuosa con la naturaleza y con nosotros mismos, fomentando la cooperación en todos los ámbitos, desde los locales a los internacionales, en la prevención de enfermedades, la educación, la protección de las personas, combatiendo el cambio climático.

Basta diseñar los algoritmos con otras variables, otras instrucciones, otros cálculos sistemáticos. En esta era del Antropoceno pandémico parece que el término de moda es resiliencia, pero esa resiliencia de la que tanto alardean debería consistir en que todas y todos aprendamos a vivir, en lugar de aprender a elegir a quienes deben morir por nuestra propia incapacidad de utilizar bien los recursos disponibles y la Inteligencia Artificial  es uno de esos instrumentos si no renunciamos a nuestra responsabilidad ética y moral como seres humanos.

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