No está escrito que el ex parlamentario nacionalista Jan Laporta no obtenga un resultado contundente en las elecciones que el Futbol Club Barcelona celebrará el próximo día 24 y que, caso de confirmarse, el club recuperaría uno de sus signos de identidad abandonado en los últimos tiempos.

Tampoco está escrito que el tándem formado por Carles Puigdemont y Laura Borràs no sea la formación con mayor número de escaños en el Parlament en las elecciones (si el coronavirus no lo impide) previstas para el próximo 14 de febrero, en detrimento de ERC, que hasta ahora es el ganador en todas las encuestas.

No parece imposible que los partidos nacionalistas no logren superar el cincuenta por ciento de los votos emitidos.

No está escrito que “los partidos del odio” a todo lo que suene catalán y que con su actitud han intentado dividir a la sociedad no tengan una representación más que significativa, aunque algunos tengan un revés considerable y otros huyan de pasadas militancias para incorporarse a otros partidos que, como es evidente, los reciben con los brazos abiertos y les premian su transfuguismo.

Tampoco está escrito que la percepción que se tiene en determinados centros de poder que el movimiento independentista esté de capa caída coincida con la realidad. A veces algunos confunden sus deseos con la realidad.

También esta por ver que las promesas electoralistas de unas mayores inversiones para Catalunya (que por enésima vez las prometen) esta vez se vayan a cumplir, ni que los deseos de afrontar seriamente el desencuentro entre las instituciones catalanas y las españolas se formalicen con la voluntad de llegar a buen puerto, independientemente de la correlación de fuerzas que salga de las urnas.

Tampoco está escrito que el gobierno de Pedro Sánchez no tenga encima una espada de Damocles que le condicione seriamente en el ejercicio del poder que en su día le dieron los votos de los españoles.

En definitiva, el futuro no está escrito.