El Trumpazo

08/01/2021

Luis Díez.

El asalto, el Día de Reyes, al templo de la democracia estadounidense no ha dejado indiferente a nadie, y menos a los botarates que se dedican a la política entre y sobre nosotros. Decía Baltasar Gracián que saber perder es propio de seres evolucionados, algo que el presidente saliente de la mayor democracia del mundo, Donald Trump, ha negado con su política y su actitud. Se entiende ahora mejor por qué Felipe González le llamó “necio” y como tal diseccionó hace cinco años en un artículo en El País. El necio siempre tiene razón. Y el necio absoluto, o sea, Trump, tiene toda la razón.

¿Cómo un tipo como él iba a perder las elecciones? ¿Cómo un patriota que evade impuestos iba a entregar los destinos de la patria a las fuerzas del mal? Ahora ya se sabe para qué pedía dinero después de constatar que el demócrata Joe Biden le aventajaba en más de cinco millones de votos: para movilizar a sus huestes, armadas y sin armar, y darles la orden, “ahora”, de marchar sobre el Congreso. “Vayamos a ocupar el Capitolio”, fueron sus palabras dos horas antes de que lo más granado del neofascismo USA desbordara el cordón policial, irrumpiera por la fuerza en el edificio e interrumpiera el pleno dedicado a reconocer los resultados electorales y designar presidente a Biden.  Ya se sabe que hasta ese momento, el líder supremacista, racista, xenófobo y machista no había ganado ni una sola de sus reclamaciones sobre fraude electoral. Como si el sistema electoral estadounidense fuera una broma o un artilugio de republiqueta, antes de convocar las elecciones se había anticipado a anunciar el fraude si perdía. Las encuestas le daban perdedor, pero no importa, lo suyo, lo de Trump era la trampa.

Lo que la mayoría del Partido Republicano que ha apoyado al necio durante su bronco mandato no podía imaginar es que el mal perder le llevara a promover la insurrección y el asalto a la cabeza (el Capitolio) de la democracia, utilizando a los ultraderechistas más fanáticos, violentos e ignorantes dizque de “las bases republicanas”. El bochorno que esa gente y la mayoría de los estadounidenses debe sentir ante el mundo podemos imaginarlo los españoles de cierta edad con solo recordar la vergüenza que nos tocó vivir el 23 de febrero de 1981 tras el asalto de Tejero y los guardias civiles de Valdemoro al Congreso de los Diputados. “Unos guardias con gorros de toreros han asaltado el Parlamento español”, comunicaba a sus colegas un banquero norteamericano desde Madrid. Lo de los toreros es la montera y la prenda de cabeza de los guardias se llama tricornio, de tres cuernos, uno más de los que llevaba un chotacabra al que Trump, como a todos los demás, declaró su amor (“os quiero”) tras los lamentable gesta que dejó tres muertos.

Si las responsabilidades por el asalto al Capitolio corresponde dirimirlas a la Justicia de un país abochornado –veremos si Tramp queda impune–, las lecciones de lo ocurrido se refieren a la fragilidad de la democracia, la calidad democrática de las personas que elegimos y al ideario elemental: nadie es más que nadie, el voto nos iguala. Pero, como siempre ocurre, no faltan maestros ciruelas, auténticos botarates entre la dirigencia política patria más aguda (y rancia), intentando distorsionar los hechos del modo más tóxico y torticero, por ejemplo, intentando equiparar las protestas sociales y la exigencia de democracia en los peores años de la crisis de Rajoy a los majaderos, supremacistas y ultraderechistas manejados por el arrogante, altanero y millonario Trump, un dolor de cabeza para su país y un peligro para el mundo. Y no es extraño que quienes tales paralelismos rebuscan sean los del mal perder y el bloqueo institucional.

 

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