Vivir peligrosamente

20/01/2021

Francisco Javier López Martín.

-Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver.

Dicen que es una frase atribuida a James Dean, aunque parece que no era del famoso rebelde sin causa, sino que se encuentra en el guión de la película Llamad a cualquier puerta, dirigida por un joven Nicholas Ray y la primera producida por Humphrey Bogart, que interpreta a uno de esos abogados que defienden causas justas y casi siempre perdidas, la de hacerse cargo de la defensa de un joven John Derek, acusado de asesinar a un policía.

Es, al parecer, Derek quien en un momento de la película pronuncia la frase

-Nada puede frenarme ya. Desde ahora viviré a lo loco. Ahora vale lo que yo decía: vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver.

Como la frase cuadraba a la perfección con la vida y la muerte de James Dean, alguien decidió cerrar el círculo mítico atribuyéndole la frase, tal vez sin reparar en que, tras un accidente en un potente Porsche, al que el propio Dean bautizo como Pequeño bastardo (Little Bastard), el cadaver que terminas componiendo no puede quedar demasiado bonito.

Sea como fuere la lección del joven Derek debería hacernos pensar en nuestros días acelerados, en los  que todo se nos desencadena en el centro de nuestras vidas con una velocidad pasmosa. Un día como cualquier otro y, a partir del pasado marzo, cada nuevo día aparentemente igual al anterior nos ha traído una esperanza, un desengaño, una desilusión, o un nuevo confinamiento.

Tan pronto creímos estar saliendo de una oleada de dolor, enfermedad y muerte, como nos vimos embarcados en una segunda ola, la promesa de una vacuna que todo lo iba a solucionar y, poco después, sin solución de continuidad, cuando estábamos enterrados en nieve y hielo, congelados por un frío desconocido, asistimos alucinados a un aumento desaforado de los números de contagiados.

Hemos subestimado el poder de devastación de algunos fenómenos naturales y de la propia acción humana. Los gobernantes y quienes dirigen las poderosas empresas ni han reconocido, ni mucho menos anticipado, los riesgos de la pandemia, del agotamiento de los recursos del planeta, de la extinción de especies, de los efectos cada vez más imparables del cambio climático.

Son fenómenos que no tienen fronteras. Hoy somos más vulnerables y cada una de esas vulnerabilidades en forma de enfermedad, calor, frío, o aumento de los desastres naturales, tiene efectos económicos perfectamente valorables con los instrumentos tecnológicos con los que contamos.

Son previsibles cuantiosos daños económicos y humanos en lugares costeros donde el calor, la humedad, o las inundaciones pueden producir miles de millones de euros en pérdidas, devastaciones en las cosechas,  aumentos de precios de bienes básicos, desplazamientos humanos, migraciones, aumento de la pobreza y de la desigualdad, entre otras dramáticas situaciones.

No conviene olvidar que en este mundo, según estimaciones de la ONU, hay más de 1300 millones de personas que viven en la pobreza más severa. Más de la mitad de esas personas viven en el Sur de Asia y del África subsahariana. Cerca de 150 millones viven en zonas que sufren alto riesgo de inundación y 250 millones de personas se ven directamente afectados por la desertificación, poniendo en riesgo los recursos vitales de mil millones de personas en el planeta.

Por primera vez la tendencia a una progresiva reducción de la pobreza en el mundo puede verse rota. Organismos internacionales alertan sobre un aumento de al menos 100 millones de personas en situación de pobreza extrema por efecto de la pandemia y un aumento de las desigualdades.

Las empresas, los gobiernos, las ciudades, los pueblos del planeta, debemos tomar conciencia del tremendo esfuerzo que vamos a tener que realizar para hacer frente al proceso de calentamiento global y proteger a las personas. La Inteligencia Artificial podrá ayudarnos a prevenir daños y establecer medidas para paliar y corregir algunos problemas, pero el problema principal se encuentra en eso que ahora llaman resiliencia.

El problema se va a encontrar, efectivamente, en nuestra capacidad de adaptarnos y en las carencias técnicas, financieras, seguridad y capacidad de dar respuesta a problemas de falta de alimentos, desertificación, puntas de calor, inundaciones, pandemias y otros desastres naturales.

La Inteligencia Artificial aplicada a las ciencias climáticas, la virología, la economía, las ciencias sociales, nos permiten conocer los riesgos crecientes a los que nos enfrentamos y anticipar buena parte de las medidas que necesitamos poner en marcha.

La propia pandemia ha demostrado que los riesgos se expanden y multiplican con asombrosa rapidez en el mundo que hemos creado. De nuestra capacidad de aprender de la experiencia y saber hacer frente a los peligros, depende en estos momentos nuestra propia supervivencia, evitar convertirnos en cadáveres más o menos bonitos.

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