Entre la estupidez y la tontuna

20/01/2021

Luis Díez.

En semanas de asueto parlamentario como la presente, la anterior y la siguiente, anda el cronista a lo que sobrevuela. Quitando la recua de nominados a la canonjía del Consejo de Administración del Ente RTVE que va desfilando por el Congreso y la actividad de las comisiones de Agricultura y relaciones con la UE, la vacatio parlamentaria mantiene limpio el terreno de juego. Ni supercopa ni copa del Rey, como querían los de ERC y Podemos. Nada. Pero como está visto que éstos últimos, que gobiernan en coalición y ratos ejercen la oposición, no soportan la abstinencia mediática, el “nulus die sine pollum”, ahí tienen a Pablo Iglesias Turrión, sembrando vientos para que al socialista Pedro Sánchez Pérez-Castejón, no le falten tempestades ni a las derechas argumentos para empitonarle. Si casi todas las comparaciones son odiosas, la de Iglesias equiparando la fuga judical de Puigdemont con el exilio republicano adolece de un desenfoque supino y de una insensatez impropia de un dirigente político supuestamente ilustrado e intelectualmente obligado a ejercer una didáctica cierta y honrada. Iglesias no favorece al expresidente de la Generalitat de Cataluña, pero perjudica y dificulta el camino del equilibrio y la normalidad por el que Sánchez, un dirigente sensato, intenta transitar. Puigdemont, a diferencia de otros miembros de su gobierno que no huyeron y arrostraron juicio y siguen en prisión, no es indultable. Iglesias lo sabe y tira por elevación. Lo suyo es la estrategia de la tensión. Y es algo más, pues si el jefe dice sandeces, los lugartenientes quedan obligados a defenderle y, lo que es peor, se sienten autorizados a proferir otras similares o mayores. El efecto es calamitoso, “catastrófico” diría el alcalde de Madrid, de la especie de los quebrantahuesos.

La tontuna opila las entendederas, impide la transpiración de la inteligencia, elimina el rigor y disuelve la sensatez. La mezcla de chapuza e incompetencia visible en la capital del Reino de España (villa y corte para los castizos) deviene en “zona catastrófica” y ofrece el lamentable espectáculo de unos pollos sin cabeza a la carrera a ver quién pilla más. Si una nevada de treinta centímetros daña techumbres de naves, almacenes, instalaciones industriales y agrarias, habrá que preguntarse en qué condiciones estaban y quiénes son los responsables de la chapucería catastrófica. Y lo mismo vale para los cuantiosos edificios e instalaciones municipales y autonómicas infrautilizadas y en muchos casos abandonadas. Cierto que es más fácil poner el cazo a ver qué cae, y si no cae nada ir a tocar la cacerola a Núñez de Balboa. Pero así no se construye ni se impulsa el progrso de este país, de ningún país.

De esa tontuna que cubre el cielo peninsular se descuelgan día si y día también memoides con ocurrencias variadas a cuenta del coronavirus. La penúltima, ampliar dos horas el toque de queda para que rija desde las ocho de la noche en vez de las diez que estableció el Gobierno en el decreto de alarma. ¿Con qué objeto? Si se trata de cerrar bares, comercios, academias, instalaciones deportivas y otros servicios a las ocho de la noche, los gobernantes autonómicos pueden hacerlo con la orden consiguiente, como así lo han hecho en la Comunidad Valenciana, Cataluña y otras comunidades. Sus medidas han sido más drásticas todavía. Pero no se trata de evitar contagios, sino de lavarse las manos, no contagiarse y atribuir al Gobierno central el coste y la impopularidad gremial de las medidas. Son listos, pero no honrados. Los ciudadanos, que no somos tan estúpidos como esos políticos memoides se creen, sabemos que a cuenta del coronavirus no vale todo. Sabemos, por ejemplo, que si el Gobierno arbitró medidas por valor de 200.000 millones de euros para paliar el parón de la pandemia y va a recibir 140.000 euros en ayudas y créditos comunitarios, la ganancia es menos cero y no hay razón para tirar cohetes. Más bien todo lo contrario. Más rigor y probidad son menester.

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