Cada proceso electoral tiene sus consecuencias y la actual situación de mociones de censura o adelantamiento electoral no son si no producto del resultado de los comicios catalanes y una lucha de los perdedores para recuperar terreno.
En el Parlamento catalán hay vencedores (las fuerzas secesionistas) y perdedores (PSOE-PSC, Ciudadanos y PP). Gana unas elecciones quien logra formar gobierno, por mucho que diga Illa, y a estas alturas está claro que las fuerzas nacionalistas, pese a sus conflictos internos, lo conseguirán. La victoria de los socialistas puede ser tan pírrica en Catalunya como lo fue en la anterior legislatura la de Ciudadanos.
La fuerza de los socialistas no está en Catalunya si no en la Moncloa, desde donde puede contemplar con relativa comodidad la lucha cainita de sus rivales de la derecha. Además, si la jugada les sale bien, pueden lograr la estabilidad en el Congreso con el respaldo de Ciudadanos y desprenderse de los incómodos socios de ERC o Bildu, con el permiso de Podemos, claro.
Los resultados de Ciudadanos le han dejado al borde de su desaparición. Al margen de su anticatalanismo beligerante la formación ha zigzagueado ideológicamente sin definir su espacio político (palabrería aparte). Nació con importantes apoyos económicos para configurarse como partido bisagra entre derecha e izquierda para así desbancar de este papel el que históricamente han tenido las minorías catalanas y vascas (excepto en las épocas de las mayorías absolutas). Rechazaron un pacto con el PSOE (si lo hubieran aceptado en estos momentos Albert Rivera seguramente sería vicepresidente del Gobierno) y prefirieron al PP y Vox como compañeros de viaje en vistas a hipotéticos sorpassos. Tras el descalabro que sufrieron en las elecciones gallegas, vascas y catalanas ahora la formación de Arrimadas da un giro espectacular y a la desesperada cambiando de aliados (hasta hace poco negociaban su fusión con el PP que hubiera dado a este partido una pátina centrista). Es un problema de subsistencia como partido y esta jugada a la desesperada también puede ser su tumba.
El Partido Popular de Pablo Casado tiene un grave problema de liderazgo e incluso de espacio ideológico, unos días centristas y otros radicales. La sangría de votos que sufre en beneficio de Vox hace que su única política clara sea el “no a todo”. Su errática política le lleva hoy a dar abrazos a Vox o a Ciudadanos según las encuestas. En Murcia incluso acepta el voto de tres diputados desertores de Ciudadanos para abortar una moción de censura (mientras este partido que se llama centrista ha intentado buscar apoyos en Vox). Y en Madrid Isabel Díaz Ayuso crea otro problema interno a los populares con su convocatoria de elecciones anticipadas. Ahora a esperar lo que digan los tribunales. Si los jueces no aceptan su iniciativa tendrá que afrontar una moción de censura que sobre el papel cuenta con los avales necesarios para prosperar.
Sea cual sea el final de la película los populares se encuentran una situación muy delicada con un Pablo Casado en la cuerda floja y sin que de momento nadie aspire a su poltrona, dado que Alberto López Feijoo se encuentra muy cómodo presidiendo la Xunta y es muy reticente en dar el salto a Madrid.
Después hablan de ideología, de voluntad de servicio y de principios, pero a la hora de la verdad en la política española impera el “aquí vale todo”.
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