¿Qué pedimos para asegurar la salud laboral en la pospandemia inmediata?

11/04/2021

José Mª Aguirre Fernández de Arroyabe, médico del trabajo. La historia nos da las claves.

El vocablo “trabajo” tiene un origen bíblico. Ya se menciona en el Antiguo Testamento: “Comerás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3,19). Y deriva de tripallium, que era un instrumento de tortura en la antigua Roma, propio de esclavos, y no de ciudadanos libres, como se pueda considerar hoy, con muchos matices.

Con la pandemia, la salud laboral ha adquirido un protagonismo inusitado. Las grandes pérdidas humanas y los destrozos económicos persistirán en el tiempo, sobre todo en los países que peor se defienden de ella. En esta coyuntura, la medicina del trabajo sigue sin ser un mero apéndice de la prevención laboral, dado su compromiso con las personas que trabajan en las organizaciones, intentando salvaguardar en todo momento, y con ética, su dignidad.

El origen de la medicina del trabajo se remonta al siglo XVII, cuando Bernardino Ramazzini (1633-1714, desde la ciudad italiana de Padua, tuvo la valentía de describir las numerosas enfermedades y patologías que observaba en los artesanos de su tiempo, transcribiéndolas al libro De morbis artificum diatriba, que ha servido de ensayo clínico a muchas generaciones posteriores de profesionales. Ya en el siglo XIX, con la revolución industrial, se empezó a considerar que la “mano de obra humana” era tan importante como las finanzas o el propio tejido industrial, y ello derivó en estudios ad hoc sobre la organización científica del trabajo. Por ejemplo, Frederick Taylor (1856-1915) en Estados Unidos, media el tiempo empleado por los empleados y empleadas en sus tareas, ligando siempre la productividad al beneficio empresarial. En resumen, el taylorismo —apenas contemplaba el bienestar individual de quienes trabajaban— buscaba el máximo beneficio del empleador, con una casi ausencia de medidas preventivas y saludables en el ejercicio de las tareas u oficios.

Imagen: Tim Marshall (obtenida en unsplash.com y modificada).

Felizmente, a finales del siglo XIX y sobre todo comienzo del siglo XX, se dieron los primeros pasos para un cambio de época y de mentalidad, exigidos por la coyuntura económica de entonces, al menos de una forma teórica más que empírica. De aquella época, destacan los primeros trabajos de psicología laboral aplicada de eminentes profesores como Félix Krueger (1906), Arnulf Rüssel (1963), autor del libro Psicología del trabajo, y muchos otros. Las leyes también precedieron a estos cambios, por ejemplo, las del canciller Otto Von Bismarck (1815-1898), que recurrió a medidas regulatorias de auxilio a accidentados laborales y a otras medidas sociolaborales, precedentes de nuestro actual sistema de seguridad social y salud europea.

Normativa española
En España, quizá la Ley Dato de 1900 marcó el inicio de nuestra transformación legislativa e innovadora en este ámbito. La Organización Internacional del Trabajo, por su parte, creó uno de los preclaros precedentes tras la primera y funesta Gran Guerra, en favor de la paz social en el trabajo. El Convenio 161 de junio de 1985 ya hablaba a favor de los servicios de salud en el trabajo, predecesor de la vigente la Directiva marco sobre salud y seguridad en el trabajo, que data de 1989 (Convenio 89/391/CEE) y que rige ahora la prevención laboral en todas sus vertientes, y que en España dio lugar a la Ley 31/1995, de 8 de noviembre, de prevención de Riesgos Laborales y al Real Decreto 39/1997, de 17 de enero, por el que se aprueba el Reglamento de los Servicios de Prevención. Normativas estas que, en la práctica, afectan a todas las modalidades de la prevención laboral, entre ellas, la medicina del trabajo.

A raíz de la Encuesta europea de empresas sobre riesgos nuevos y emergentes (ESENER 2019), los riesgos en el trabajo más importantes son los trastornos musculoesqueléticos, derivados casi siempre de movimientos repetitivos y problemas posturales, inclusive en aquellas personas que trabajan sin apenas carga, y los derivados del uso pantallas de visualización de datos (PVD). En segundo lugar, están los riesgos derivados de los aspectos psicosociales, el estrés malo (distress o fatiga) estaría entre ellos, dónde la sobrecarga física y mental, los plazos exigidos, la limitación de medios materiales, la insuficiencia de competencias personales —en ocasiones por la falta de formación y destreza específica adquiridas—, los horarios, la alimentación no saludable, y la premura de tiempo por cumplir plazos, estarían entre sus causas más evidentes.

No hablemos de los riesgos químicos, carcinogenéticos y/o mutágenos, agentes disruptivos hormonales —muchos de ellos vinculados al género—, o de parámetros de la calidad del aire ambiental que se respira, que tendrían también un peso importante como factores de riesgo susceptibles de pérdida de salud, absentismo creciente y consiguiente baja productividad.

Siempre he pensado que salud laboral, productividad y bienestar están correlacionados, y por este orden. Hasta en la Constitución española se habla de la defensa de la productividad (art. 38, sobre libertad de empresa) y, en mi opinión, es un factor a recuperar con la excelencia en el desempeño laboral.

Menos estrés y más felicidad
Los problemas de salud asociados al teletrabajo —en Europa más implantado, pero en España impuesto de forma acelerada—, han puesto sobre el tapete la inexperiencia en este proceso, que debería ser gradual, a ser posible, pues puede incrementar el estrés. Nada mejor para implantar el trabajo en remoto que impartir formación continuada, favoreciendo así el compromiso o engagement del trabajador y contar con un sistema de supervisión óptimo, que valore humanamente cada situación. Y ello mientras estemos en pandemia, y con posterioridad.

Hoy día, las técnicas de prevención aplicadas por profesionales acreditados y con experiencia, van desde el apoyo social necesario, que se debe hacer en todos los casos de forma individual, a la promoción de la salud —ya definida claramente en la Ley 14/1986, de 25 de abril, General de Sanidad— pasando por la experiencia adquirida en el manejo de grupos por Alcohólicos Anónimos desde los años 60. Todas estas técnicas se podrían aplicar en el medio laboral en forma de programas de ayuda al empleado (PAE). En mi opinión, mejorarían la salud, la productividad y el bienestar personal y social, tendiendo a la felicidad en el trabajo, que no es una utopía, como adujera Unamuno: “Cuando se reúnen cinco personas y un fin común, la utopía deja de serlo para convertirse en una realidad”. Y la medicina del trabajo puede colaborar a ello.


José María Aguirre Fernández de Arroyabe es médico del trabajo colegiado y graduado social. En 1997 recibió el Premio Nacional de la Asociación Española de Especialistas en Medicina del Trabajo. Es colaborador de honor de la Plataforma Laboral Life.

 

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