El negocio del fútbol

21/04/2021

José María Triper.

Acabe como acabe este proyecto de la Superliga, sorprende sobremanera el masivo y virulento ataque que desde gran parte de las instituciones deportivas, políticas y sociales se ha coordinado contra una iniciativa privada, promovida por organizaciones privadas y que tiene como objetivo principal la modernización, regeneración y garantía de supervivencia y de futuro de una actividad que es la más importante de todas las que no son importantes, como reza esa frase que se atribuye a Jorge Valdano.

Pero sorprende sobre todo el rechazo frontal que la propuesta ha generado en los gobiernos europeos, especialmente los que se denominan liberales y defensores de la economía de mercado, alineándose con el intervencionismo puro y duro que está en las antípodas de las reglas fundacionales y lo que defiende la Unión Europea, y que sólo se justifica por el ansia de seguir controlando un sector que en España genera el 1,37 por ciento del PIB, de masivo seguimiento social y del que obtiene suculentos beneficios vía fiscales y de imagen.

Habría que recordar aquí que el fútbol profesional hoy es más un negocio que un deporte, que la mayoría de los clubes profesionales son hoy sociedades anónimas cuyas directivas tienen obligación de generar los mayores beneficios para esa sociedad y para sus accionistas que son ante los que tienen que responder y no ante unos aficionados que, como consumidores del producto, serán los principales beneficiados por cualquier mejora en la calidad y lo servicios del espectáculo en que hoy se ha convertido la competición. Un negocio que ha entrado en déficits importantes a causa de la pandemia del COVID 19, como la gran mayoría de sectores económicos, pero que está siendo de los más desasistidos por los gobiernos del Estado y autonómicos y uno de los pocos a los que todavía no se han aplicado medidas liberalizadoras de asistencia.

Porque son los clubes, no los gobiernos, ni la FIFA, la UEFA o las federaciones nacionales, quienes ponen el escenario, los artistas y arriesgan su dinero, en aras de ese libertad de empresa que garantiza la Constitución Española como ocurre en cualquier estado de derecho. Por eso llama también la atención de estos gobiernos europeos con una institución como la UEFA, que el recordado José María García, definió como Unión de Especuladores de Fútbol Asociación, que es también una institución privada y cuya furibunda reacción responde a la posibilidad de perder unos ingresos cuantiosos que ellos no generan y al miedo a que se les acaben el chollo y la mamandurria y no a la defensa de los modestos y las categorías inferiores, de las que ni se ocupan ni preocupan, como no se preocuparon nunca.

Pero, además, lo que intentan ahora los promotores de esa Superliga no es nada nuevo.

Existe ya en el baloncesto, donde tras las primeras reacciones contrarias, finalmente se llegó a un acuerdo y la Euroliga hoy ha revitalizado y aumentado el atractivo de este deporte sin menoscabo para las ligas nacionales. Y está también el modelo de la NBA que no sólo es la mejor competición del mundo, sino también la que genera mayores beneficios a los clubes, a sus promotores, patrocinadores y para las ciudades, los Estados y el país, como generación de imagen y atracción de turismo y de inversiones.

De hecho, han sido dos gigantes económicos como JP Morgan y Amazon los primeros en adherirse y apoyar financieramente el proyecto de la Superliga. Porque los mejores siempre están con los mejores. Pues eso.

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